Opinión

Otra metamorfosis

EscucharEscuchar

Una mañana, al despertar de un sueño particularmente agitado, Gregorio Samsa se descubrió transformado a sí mismo en un ser humano. Fue con dificultad que logró volverse de lado sobre su cama, y aun más arduo ponerse de pie y dar algunos pasos por la habitación, asiéndose a sus muebles, y derribando una silla y una lámpara en el proceso. Era excesivamente aparatosa, su nueva forma. A buen seguro, le tomaría meses o quizás años adaptarse a tal morfología. Sobre la pared de su habitación, estaba el cuadro de la Venus de las pieles, con que alguna vez había decidido ornamentar su por demás estrecho y sencillo cuarto. Al verla, experimentó algo que nunca había vivido de manera consciente como insecto: el deseo sexual. La fantasía, el fetiche, la fijación por la imagen de aquella bella -bellísima- mujer en la pared lo sumía en una sorda agitación, especie de dolorosa sensibilización de sus terminaciones nerviosas -y de las terminaciones nerviosas de su alma-. No sabía cómo lidiar con el deseo, con aquel extraño, inusitado desasosiego. Era de suponer que el cuadro había sido colgado ahí por su padre: un esfuerzo más por dar a su hijo y su hábitat un aspecto de normalidad.








En beneficio de la transparencia y para evitar distorsiones del debate público por medios informáticos o aprovechando el anonimato, la sección de comentarios está reservada para nuestros suscriptores para comentar sobre el contenido de los artículos, no sobre los autores. El nombre completo y número de cédula del suscriptor aparecerá automáticamente con el comentario.