El tipo de cambio, importante macroprecio, es el cordón umbilical que une a la economía de un país con las del resto del mundo.
Aunque, en principio, la tasa de cambio de la moneda local se puede expresar respecto a cualquiera otra del mundo (renmimbi de China o kwacha de Zambia) en nuestro medio la principal es el dólar de los Estados Unidos, pues no solo constituye este país nuestro principal socio comercial, sino porque las relaciones con otros también se denominan en dólares de EE. UU.
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Un tipo de cambio colón/dólar EE. UU. demasiado alto (que equivale a un colón débil) recorta las importaciones y en el mediano plazo promueve las exportaciones. Uno demasiado bajo (colón fuerte) en el corto plazo estimula las importaciones y desestimula la exportación.
Como la velita del refrán, que no debe colocarse tan cerca del santo como para quemarlo, ni tan lejos como para que no lo alumbre, el precio de la divisa extranjera debe ser de “equilibrio” entre la oferta y la demanda libres.
Si el Banco Central promueve una política monetaria de inflación similar a la de nuestros socios comerciales, en condiciones normales (i. e., ceteris paribus ) el tipo de cambio de un mercado libre ha de mantenerse estable. Sin embargo, si operan condiciones inusualmente favorables (por ej., aumento notable del turismo receptivo; mejoran los términos internacionales de intercambio) o desfavorables (se dispara el precio del petróleo; un evento natural lesiona nuestra capacidad productiva), todo lo cual incide en la oferta o demanda de divisas.
Si bien es cierto que ante un shock externo adverso el país puede ajustar los precios internos, en la práctica esto es un tanto difícil (exige, por ej., rebajar salarios). Recurrir a una devaluación constituye una mejor opción de política pública.
Dada la (enorme) importancia del tipo de cambio en una economía, en particular en una de gran apertura como la costarricense, la forma en que se opere en esta área de la política económica se torna vital.
En este sentido, las autoridades podrían optar por (a) un tipo de cambio fijo, (b) dejar que el tipo de cambio lo defina libremente la oferta y demanda del mercado de divisas, (c) permitir la máxima operación del mercado pero reservándose la autoridad, en este caso el Banco Central de Costa Rica (BCCR), el poder de intervención, sujeto a claras reglas, para evitar innecesaria volatilidad en el precio de la divisa y (d) permitir la operación del mercado pero reservándose el BCCR el poder de intervenir a su gusto para ídem.
La primera opción, que en realidad se debería denominar “tipo de cambio fijo hasta nuevo aviso”, está pasada de moda y no opera en Costa Rica desde hace mucho tiempo.
A la segunda casi todos los partidos políticos de nuestro espectro le tienen pavor.
La tercera es la que favorecen los liberales moderados.
La última es la preferida por los políticos y tecnócratas “dirigistas”, que no dejan de añorar las épocas de tipo de cambio fijo, controlado por ellos.
En materia cambiaria, nuestras autoridades dan a la ciudadanía que representan mensajes contradictorios. Por un lado, expresan su temor por la alta “dolarización” de la economía y del riesgo que enfrentan quienes se endeudan en dólares pero no los generan. Por otro, promueven una política de tipo de cambio prácticamente fijo, de cero riesgo, que en seres racionales estimula el endeudamiento, relativamente barato, en dólares.
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También, y a pesar de que la reciente baja en el precio del petróleo es maná del cielo, el Ministerio de Hacienda trae al país dólares producto de la venta a extranjeros de bonos denominados en esa moneda, lo cual ayuda a mantener bajo el precio de la divisa.
¡Es muy riesgoso –dicen– que los no generadores de divisas se endeuden en ellas, pues se exponen al riesgo cambiario, pero no lo es para el gobierno, cuyos ingresos son en colones!
El objetivo inicial del escrito fue deliberar sobre el posible curso del tipo de cambio en el futuro cercano. Sin embargo, esto no es sencillo, no solo porque “hacer predicciones es muy difícil, especialmente cuando se trata del futuro”, como afirmó Niels Bohr, sino porque además de considerar el posible curso de las variables internas y externas fundamentales, y cómo comparan con el ceteris paribus , hay que adivinar los móviles de las autoridades del Banco Central.
Siendo el 2017 un año preelectoral, la cosa se complica un tanto más.
A pesar de lo anterior, considero (por factores que en razón de espacio no puedo aquí explicar) en el 2017 la devaluación del colón respecto al dólar de EE. UU. podría rondar el 3% del tipo de cierre de este año.
NOTA: El autor es economista y exministro de Hacienda.