A principios de 2017 pude sentarme de pasajero en un vehículo Tesla –completamente autónomo– en la ciudad de Los Ángeles. Fue una experiencia realmente impactante, como pocas donde uno es testigo directo de una experiencia dramáticamente diferente de lo que uno está acostumbrado.
No obstante, un vehículo Tesla, o los modelos eléctricos más modernos de las empresas grandes de vehículos –aparte de que ahora usan electricidad–, presenta una experiencia no muy diferente desde que se introdujo el Modelo T de Ford.
En las siguientes dos décadas posiblemente seremos testigos de cambios, no solo en la tecnología del motor de los vehículos y software asociado, sino en la forma como hemos experimentado el transporte en un vehículo individual.
Y esto no tiene que ver tanto con tecnología, sino con los aspectos sociales del trayecto. Con UBER pool y las alternativas de sus competidores, podemos compartir un viaje con extraños.
Se podrá dedicar algún tiempo a conocer gente nueva, a estudiar en el trayecto, a leer un libro.
Manejar un vehículo individual volverá a generar interacciones sociales valiosas para los usuarios de este tipo de tecnología. Movilidad compartida, combinada con vehículos autónomos, será lo que cambie drásticamente nuestro transporte.
Automatizar ciertos procesos nos permite tener más tiempo para otras interacciones.
Por ejemplo, la existencia de mejores sistemas de integración social, como la manera en que vemos las publiciones en redes sociales, responden al comportamiento que han tenido los usuarios en estas herramientas y son seleccionados de forma autónoma de acuerdo con nuestras preferencias.
La automatización de procesos tiene miles de oportunidades y la tecnología no solo debería ser criticada por supuestamente disminuir nuestra interacción social. La comunicación ha evolucionado, incluso llegando a plataformas digitales y transformando nuestra comunicación personal.
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