Hay una metáfora de que se requiere una aldea para educar al ciudadano; y qué pasa si esa aldea es global. Interactuar en esta aldea es ya un hecho cotidiano, cultural, utilizando inventos que, puestos en las manos, brazos, frente a ojos, el cuerpo, la ropa, los autos… habilitan 24x7 horas de comunicación y acceso de información, instantáneas; interactuando. Esta interacción social en tiempo real, en movimiento o en reposo, personal o grupal, es para la vida, la cultura, la sociedad –incluyendo la política, el gobierno, la educación y la administración electrónica de justicia- también para la producción, sobre todo en la economía digital, donde la creación de valor se hace con conocimiento y uso intensivo de TI.
Hay mucho valor educativo en esta interacción local o global, ya sea entre humanos y sistemas o sus combinaciones con humanos, quienes con la Internet de todas las cosas, pueden integrar su entorno inmediato a la interacción y acción social. Hay un nuevo mundo para el aprendizaje, y desde muy temprana edad, gracias a las interfases gráfico-tactiles, el video digital, los sensores, etc. El autoaprendizaje, el trabajo en equipos, la cooperación y coordinación de grupos humanos para la acción deliberada, hacia metas establecidas, se ven muy fortalecidas. La enseñanza en esta aldea requiere de un nuevo maestro, con un perfil profesional que debe definirse pronto, ojalá en este nuevo periodo presidencial.
Un perfil, para abordar la formación del nuevo educador, su plan de estudios, saber cómo serán sus maestros (otro problema adyacente), con cuáles instrumentos, métodos, didáctica y organización se actuaría. Es un problema complejo. Pero, contra la creencia popular, educar bien no es fácil. Creerlo fácil es parte del problema. Esa formación requiere una esencial base filosófica y humanística y cierta profundidad científica y tecnológica. Comenzando por quitar el miedo a la matemática. Son urgentes buenos profesores de matemática.