¿Cómo sería la Tierra sin agua? Posiblemente el paisaje se asemejaría al de la Luna o Marte: árido, rocoso, con temperaturas extremas de frío y calor. Y sin ningún ser viviente, dado que no puede haber vida, como la conocemos, si no existe el agua.
En otras palabras, no existiríamos nosotros ni ese entorno natural de bosques y mares, campos agrícolas y ciudades que nos rodean.
Nuestro mundo natural, del que somos parte, es como es gracias a un proceso de evolución de la vida en la Tierra que duró millones de años y fue posible porque este planeta tenía agua.
Según los científicos, solo una muy pequeña proporción del agua del planeta, el 2,5%, es adecuada para el consumo humano, para irrigar cultivos y satisfacer otras necesidades. Pero de ese pequeño porcentaje, dos terceras partes están congeladas en glaciares. Solo alrededor del 0,77% de toda el agua se encuentra en lagos, ríos, humedales, suelos, vegetación o en la atmósfera.
Algo de enorme importancia para el mantenimiento de las especies y los ecosistemas del planeta es la precipitación pluvial, que los especialistas estiman en unos 110.000 km3 por año.
El ciclo hidrológico (que estudiamos en la escuela y el colegio) es el que hace posible, año tras año, que esa agua esté disponible y cumpla sus diferentes funciones básicas, además de constituir la totalidad del suministro renovable de agua dulce disponible en la Tierra.
Las formaciones naturales (ecosistemas), tales como bosques, praderas, lagos y ríos, al igual que los paisajes creados por los humanos, como las plantaciones agrícolas y pastizales, dependen enteramente de esa lluvia y por lo tanto están finamente sincronizados con los patrones naturales de precipitación.
El valor del agua es ciertamente incalculable y el mantenimiento de la sincronía del ciclo hidrológico es fundamental para la vida en la Tierra y nuestra existencia.