Veamos qué importante es la relación entre el agua y el suelo. Los científicos han estimado que la precipitación anual sobre la superficie terrestre es de unos 119.000 km³, suficiente como para cubrir el suelo con una capa de agua de un metro de profundidad. Esto es un promedio, pues hay regiones que reciben poca o ninguna precipitación mientras otras, como las tropicales, reciben mucho más.
Pero el agua no se acumula en el suelo por razones sencillas, explicadas por el ciclo hidrológico: en condiciones normales, el agua se infiltra en el suelo gracias a su porosidad. Una parte es absorbida por las raíces de las plantas y otra se mueve hacia acuíferos subterráneos y corrientes superficiales, como los ríos.
Son las plantas que crecen sobre el suelo y la materia orgánica que lo cubre las que promueven la infiltración y evitan que el agua corra sobre la superficie, o que lo haga rápidamente provocando erosión e inundaciones. La capacidad de infiltración del suelo está relacionada con su contenido de materia orgánica.
La vegetación es crucial para el ciclo del agua en el suelo, ya que las plantas absorben mucha agua por sus raíces y, gracias a la transpiración de las hojas, la ponen de nuevo en la atmósfera.
La eliminación de la cobertura boscosa rompe este eslabón del ciclo, lo que conlleva un aumento enorme de escorrentía, con la consiguiente pérdida de suelo y de sus nutrientes, además de los desastres causados por las inundaciones. Un ejemplo del costo que tiene la pérdida del servicio de protección del suelo proviene de una región en el oeste de Australia, en la que dicho costo se calculó en $500 millones anuales, medidos como pérdida de producción agrícola.
¿Cuál será el costo de esa práctica en Costa Rica? Debe ser enorme, y lamentablemente será mayor si no cambiamos las cosas, puesto que a estos problema se agrega el rápido avance del cambio climático y el calentamiento global, cuyo efecto en la precipitación es ya notorio.