Los cambios que históricamente hemos hecho en la cobertura boscosa de nuestro territorio para fines urbanos o agrícolas no son triviales. Tienen consecuencias diversas e importantes, como el impacto sobre el ciclo del agua, tema que hemos tratado en columnas anteriores.
En fechas recientes, el periódico La Nación publicó dos artículos relacionados con el agua que deberían llamar la atención de todos los sectores, no solo de los más afectados directamente. Son verdaderas voces de alerta sobre el problema de la disponibilidad de agua en el país, algo que los expertos pronostican se incrementará sistemáticamente en las próximas décadas debido a otro cambio que los humanos hemos provocado, el climático.
Uno de esos artículos trata sobre un estudio y mapeo hidrológico realizado por científicos de la Universidad Nacional que, entre otros resultados, muestra el impacto que está teniendo en los mantos acuíferos la urbanización en la provincia de Heredia, al reducir la infiltración y aumentar la evaporación y escorrentía del agua llovida. Estamos impidiendo así que se recarguen los reservorios vitales de agua que usamos para fines domésticos y urbanos en el Valle Central.
La otra noticia, generada por el Instituto Meteorológico Nacional, trata sobre la sequía en Guanacaste, asociada a épocas secas más prolongadas, la menor precipitación y el fenómeno de El Niño. El impacto de esa escasez de agua en la población guanacasteca, en la agricultura, la ganadería y la industria turística de esa región es muy serio.
Hay un denominador común en los problemas del agua de esas dos regiones del país: la remoción de la cobertura boscosa para usar la tierra con fines de interés humano, sin pensar en las consecuencias que eso tendría en el futuro.
Y el futuro ya llegó. El reto ahora será encontrar soluciones que nos ayuden a reducir los impactos que ya estamos viviendo. En la naturaleza encontraremos las respuestas.