En una reunión celebrada en 2010 en la ciudad de Nagoya, en la prefectura de Aichi en Japón, miles de personas representantes de todas las naciones del mundo, signatarias del Convenio sobre la Diversidad Biológica de las Naciones Unidas, se juntaron con un objetivo: identificar temas estratégicos que le permitan a la humanidad comprender que nuestra existencia está ligada a la del mundo natural.
Y además implementar acciones para hacer realidad esos buenos propósitos con urgencia.
Los participantes elaboraron un plan con objetivos específicos cuya meta número 1 es “que para 2020..., todas las personas tengamos conciencia del valor de la diversidad biológica y de los pasos a seguir para su conservación y desarrollo sostenible”.
El objetivo último es que los humanos vivamos en armonía con la naturaleza.
Los costarricenses podemos sentirnos orgullosos de que desde hace varias décadas ya habíamos identificado esa meta, que conceptualmente está en las leyes y estrategias que hemos establecido para conservar nuestra riqueza biológica y usarla de manera inteligente, contribuyendo a materializar ese sueño de un desarrollo en armonía con la naturaleza.
Y lo interesante es que grupos organizados de la sociedad civil han contribuido a esa causa, haciendo suya aquella famosa expresión de sabiduría del presidente J. F. Kennedy, quien dijo: “No te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país”.
Uno de esos grupos ciudadanos, los que constituimos el INBio en 1989, tomó la decisión de trabajar para que los costarricenses “tuviéramos una mayor conciencia del valor de la biodiversidad, para lograr su conservación y promover el desarrollo humano”.
Hoy el INBio celebra 25 años de trabajo y con logros tangibles podemos mostrar cómo nuestros diversos aportes han contribuido a que el país se acerque a esa meta no. 1 acordada en Aichi.