Entre el cinismo y la autocrítica excesiva

Hemos pasado de una crianza en que la vergüenza era un motivador o regulador para muchas conductas, lo cual sin duda llevó a la hipocresía, a la cultura de hoy en que el cinismo y la desvergüenza en el mentir imperan en muchos ámbitos.

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La reflexión, en teoría debería llevar a la autocrítica y a una visión lo mas objetiva posible de la realidad, con la correspondiente cuota de culpa que provoca “el sentimiento de responsabilidad por un daño causado”. Es decir hay que saber perdonarse, sin caer en la justificación y en la negligencia. El bienestar emocional radica en el balance entre asumir responsabilidades, hacer cambios basados en lo que se aprende después de reconocer el error y el perdón a sí mismo.

Sin embargo, también sucede que hay una autocrítica que se torna en inhabilitante, la de quienes se enfocan tanto en el error cometido que no llegan a asumirlo, hacerse cargo de las consecuencias y de las acciones correctivas. Puede suceder, que la persona se agobia con la culpa y se va minando a sí misma, reduciendo cada vez mas su autoestima, lo cual les hace muy difícil poder recuperarse después de cada fallo, por pequeño que sea. El crítico interno puede volverse un tirano que azota implacable e inútilmente, se le minimiza una vez se le identifica y se toma conciencia de lo que lleva a la persona a hacer. Para que sea sana, la autocrítica debe ser movilizadora: a enmendar errores, buscar reconciliaciones o alejamientos, tomar acciones correctivas a futuro, evitar volver a tropezar con la misma piedra. También existen los mal llamados “culposos”, que se regodean en la autocrítica y ello tan solo es útil para fustigarse, pero no para realmente asumir responsabilidades y tomar acción “es que me siento tan mal” “que tonta he sido” “es que no debí haber actuado así” …y poco mas. Muchas veces es un mecanismo para victimizarse.

La autocrítica sana es buena y necesaria para una mejor sociedad. De lo contrario caemos en el mundo de los cínicos, para lo cual tomo la siguiente acepción de la Real Academia:

“Desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables.”

Hemos pasado de una crianza en que la vergüenza era un motivador o regulador para muchas conductas, lo cual sin duda llevó a la hipocresía, a la cultura de hoy en que el cinismo y la desvergüenza imperan en muchos ámbitos. Saturada estoy de encontrar en las noticias y cada vez mas también en la vida real, con personas que siguen por la vida, sin ningún tipo de remordimientos ni autocrítica, atropellando a personas, instituciones y países, sin ninguna culpa ni vergüenza. Son cínicos que se creen dueños de la verdad, tal vez incluso mitómanos delirantes, que acomodan la realidad a su antojo. Es aún mas evidente en los corruptos, que siguen tan campantes porque no sienten ningún tipo de culpa, peor aún porque el sistema les favorece con la impunidad.

Es así como gradualmente vamos cayendo en la otra versión del cinismo, aquella que nos hace sospechar de todo y todos, a no creer en la bondad ni la honestidad humanas.