DON Édgar Ayales Esna

Un señor, un caballero, que tenía al ego en su lugar, no se desvelaba por el poder, discutía con elegancia y buscaba construir

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Disculpen que escriba DON de esta manera, con tres mayúsculas; como gritando, alzando la voz, ¿acaso las letras y las palabras requieren un volumen estridente?

Sin embargo, considero que en esta oportunidad está plenamente justificado porque este texto no está dedicado a cualquier don, sino a uno que se distinguió siempre por su calidad humana y profesional: DON Édgar Ayales Esna.

Economista brillante y de formación sólida (obtuvo una maestría de la Universidad de Kent en Reino Unido), trayectoria de peso (dejó huella en el Banco Mundial. el Banco Interamericano de Desarrollo y el Fondo Monetario Internacional), generoso con su conocimiento (exprofesor universitario), siempre dispuesto a servir al país (asumió el ministerio de Hacienda, pese a estar jubilado) y una persona amable, cortés, afable, culta, seria, responsable y humilde.

Los pies sobre la tierra

De este señor, a quien lamentablemente perdimos el pasado 25 de abril, siempre me llamó la atención lo bien administrado que tenía el ego. Un hombre que pese al respeto, admiración y credibilidad de que gozaba no era arrogante, soberbio ni altanero.

Tenía los pies bien puestos sobre la tierra. Nunca —desde que comencé a entrevistarlo como fuente noticiosa a principios de los años 90, primero por teléfono porque vivía en Washington y luego en persona, cuando regresó a Costa Rica— percibí en él señales de vanidad, inmodestia o engreimiento.

Jamás lo escuché hablar —en conferencias, seminarios, mesas redondas, congresos, talleres, debates, conversatorios— con ínfulas de Mesías, dueño de la verdad o sabelotodo. No era uno de los tantos narcisistas que hay en nuestro país.

Un hombre con la autoestima en su lugar.

Asimismo, el poder no lo desvelaba. No padecía de un apetito voraz de mando, dominio, autoridad, supremacía, control, caudillaje, ese tipo de hambre insaciable que ha echado a perder carreras y aspiraciones de muchos.

En relación con lo anterior, DON Édgar no buscaba figurar, ser el centro de atención, estar continuamente bajo las luces de las cámaras. Para él, el desarrollo del país era un asunto y desafío serio, no una pasarela en la cual exhibirse o pavonearse.

Lo que sí buscaba siempre era aportar ideas, propuestas, planes, proyectos, soluciones producto de su constante estudio del contexto nacional y el entorno internacional. No era un mezquino, envidioso ni boicoteador; procuraba sumar y multiplicar, no restar o dividir.

Discrepaba con señorío

Tampoco actuaba motivado por sus propios cálculos, intereses o posibles privilegios; este señor pensaba en el bien común.

Como si fuera poco, no insultaba ni se enojaba con quien pensara diferente a él. Discutía de manera serena —en especial, en los últimos años, sobre el déficit fiscal— con argumentos, datos, diagnósticos e investigaciones; siempre con clase, altura, señorío, tratando de encontrar puntos de coincidencia en vez de empecinarse en imponer su punto de vista. Una virtud que deberíamos cultivar y estimular en una Costa Rica en la que se ofende con suma ligereza, bajeza y cobardía a quien opina distinto.

DON Édgar Ayales Esna marcaba diferencia. El ejemplo que nos hereda representa, en mi opinión, algunas de las características, valores y principios que deben reunir los líderes que necesita Costa Rica para romper con la rutina, el atasco, el filibusterismo, la amenaza, el chantaje, el cálculo egoísta, la zona de confort y dar de una vez por todas el salto hacia el nivel de desarrollo que merecemos.