Don Quijote, los molinos de viento y 12 reflexiones en tiempos de crisis

¿Qué tiene que decirnos, en época de pandemia e incertidumbre, un famoso episodio de la obra cumbre de Cervantes?

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Uno de los grandes valores de las obras que forman parte de la literatura universal es que siempre tienen algo que decirnos, sin importar las evidentes diferencias sociales, políticas o económicas que han mediado entre las épocas en que fueron escritas y nuestra actualidad.

Es lo que me sucede, en general, con la novela Don Quijote de la Mancha, y, en particular, con el episodio de los molinos de viento que el Caballero de la Triste Figura confundió con “desaforados gigantes”.

Volví a leer ese pasaje hace pocos días y mientras lo hacía encontré 12 detalles que me hicieron reflexionar en torno a los complicados días que estamos viviendo.

Como suelo hacer, subrayé y tomé nota de todo aquello que me invitó a pensar en el capítulo VIII de la primera parte de la historia que Miguel de Cervantes publicó en los primeros años del siglo XVII.

Se trata de cavilaciones muy personales, basadas en mi experiencia y visión de la vida, pero decidí compartirlas porque considero que en tiempos de crisis no se vale callar; hay que aportar lo que tengamos a mano para construir juntos la “nueva normalidad”.

1. ¿De qué sirve obsesionarse con el número de amenazas que nos rodean? ¿Qué ganamos con enfocarnos en demasía en las posibles hostilidades? ¿Vale la pena invertir una importante cantidad de tiempo en llevar y actualizar un inventario de peligros?

A don Quijote de nada le sirvió saber que eran “treinta o cuarenta molinos de viento” los que había en el campo de Montiel. ¡Igual fue derrotado y humillado! Dejando de lado por un instante el tema de la locura que padecía don Alonso Quijano, le habría sido más útil, digo yo, concentrarse en sus fortalezas, habilidades y oportunidades, además de dedicarle tiempo a la táctica y la estrategia de combate.

No se trata del acto temerario de ignorar los riesgos, sino de no dejarnos deslumbrar por ellos a tal punto que nos distraigamos y olvidemos el poder de las armas que engrosan nuestro arsenal. Es un asunto de prioridades, elegir correctamente dónde colocamos la mira.

2. Los enemigos son del tamaño que los vemos o imaginamos. “... ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes”. Según el diccionario, desaforado es “grande con exceso, desmedido, fuera de lo común”.

Tenemos que hacer un esfuerzo por ver a nuestro rivales en su justa dimensión; no tan inmensos que nos neutralice el pánico, ni tan pequeños que los subestimemos.

3. Hay que ser riguroso a la hora de seleccionar a los contendientes. Preguntarnos quiénes son nuestros verdaderos adversarios, auténticos contrincantes; de lo contrario agudizaremos innecesariamente el impacto de la crisis.

Los molinos de viento no eran oponentes; sin embargo, el hijo literario de Cervantes desperdició energías peleando contra ellos. ¡Mucho cuidado con las jugarretas de la mente o la fantasía!

4. Es importante moderar las expectativas. “desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas”, manifestó el hombre de la Mancha. A la hora de la verdad, no pudo ni con el primero que enfrentó.

Al definir metas y objetivos, o sueños y aspiraciones, tenemos que asegurarnos de tener los pies bien puestos sobre la tierra. Hay que pasar cada idea por el filtro de la realidad, someterla a la prueba ácida de la sana crítica. Este ejercicio puede evitarnos frustraciones, gastritis y desperdicio de recursos y oportunidades.

5. Hay que escuchar otras voces. Diferentes perspectivas, diversos criterios. Sancho advirtió a su señor sobre la innecesaria empresa en que se estaba aventurando, pero el caballero no quiso oír, desatendió la bienintencionada alerta de su escudero.

En época de turbulencia e incertidumbre es mejor invertir en escuchar que en hablar. Hay que estar atento a lo que dicen los demás, lo cual implica rodearnos de personas sensatas en lugar de abrir nuestros oídos a especulaciones, rumores y bolas.

6. No hay que creerse el dueño de la verdad. La humildad es una de las actitudes a privilegiar durante las crisis. Después de ser advertido por Sancho Panza sobre la verdad de los hechos, don Quijote respondió: “... ellos son gigantes; y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que y voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla”.

Alto, muy alto, el precio que hay que pagar por las fantasías o la arrogancia de creer que el mundo, el entorno, es únicamente tal y como lo vemos nosotros, y que los demás están equivocados.

7. Prohibido actuar de manera impulsiva. El Caballero de la Triste Figura se atolondró, se apresuró a darle “espuelas a su caballo Rocinante, sin atender las voces que su escudero Sancho le daba”.

No se trata de posponer o retrasar decisiones vitales, sino de proceder con prudencia, cabeza fría y evidencia seria.

8. Verifico, luego actúo. En ese orden; no al revés. “Non fuyades (no huyáis), cobardes y viles criaturas”, le gritó don Quijote a los molinos de viento. Antes de actuar o atacar, debemos informarnos, investigar, contar con datos que nos permitan constatar, tener evidencia veraz.

El hombre de la Mancha se desbocó, disparó, perdió el control antes de corroborar si sus pensamientos concordaban con la realidad.

9. No existen las verdades absolutas. Tampoco las reglas infalibles o las fórmulas indubitables. La vida nos enseña cada día que -como cantaba Mercedes Sosa- “cambia, todo cambia”.

“Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar”, exclamó don Alonso Quijano en el paroxismo de su distorsión de la realidad”.

Se dejó llevar por un mito, pues se decía que Briareo era hijo de Urano y Gea, y hermano de los Titanes, así como que tenía 50 cabezas y 100 brazos. Las explicaciones que funcionaron en algún momento de la Historia no necesariamente son las que mejor nos ayudan a tratar de comprender el mundo hoy día.

10. Las malas decisiones siempre tienen consecuencias. “... y embistió con el primero molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo”.

11. El valor inmenso de la autocrítica. Una virtud o actitud que el caballero andante no practicó en aquel episodio.

“... aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos, por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene”, declaró con tozudez. Otra actitud que se paga caro en días de crisis.

12. Genialidad y realidad: es necesario balancearlas. Don Quijote representaba la locura, la fantasía y la imaginación desenfrenada; Sancho Panza, el realismo, el pragmatismo y la crudeza.

La obra cumbre de Cervantes nos recuerda la importancia de preservar el equilibrio entre lo utópico y lo posible.