El abuelo de las cajetas

A lo mejor si nuestros políticos vivieran de vender cajetas y focos actuarían por fin a la altura de los desafíos nacionales

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El inclemente sol de Puntarenas, experto en sudores y gargantas sedientas. obliga a este anciano a cubrir su cabeza con una gorra de tela sobre la cual coloca un sombrero vaquero imitación cuero.

La indumentaria incluye también una camiseta de mangas largas, encima de la cual viste una camisa.

A pesar de una temperatura que invita a utilizar prendas frescas, la piel de este abuelo no está ya para echarse pulsos con los rayos solares. Por eso el pantalón es largo y de tela gruesa.

El resto no tiene nada de particular: calcetines y zapatos.

Así lo vi el sábado y domingo pasados, recorriendo de cabo a rabo esa larga serpiente de asfalto, cemento y arena llamada Paseo de los Turistas. Este es el escaparate donde vende las cajetas caseras que carga en una canasta plástica.

"Cajetas, cajetas. Ricas cajetas para el suegro y la suegra. Lleve las cajetas", repite una y otra vez con su voz cargada de años y necesidades mientras camina sobre aceras repletas de chinamos donde se ofrecen delfines inflables, móviles hechos con pipas y cocos, vestidos de playa, paños Imperial, adornos elaborados con conchas y caracoles, copos, chuzos de carne y vigorones, y entre sodas olorosas a Churcill, ensalada de frutas, ceviche, emparedados de jamón y queso, gallo pinto con huevo, y equipadas con máquinas chinas atiborradas de peluches que muy rara vez se dejan capturar a cambio de una moneda de ¢100.

Lo vi y escuché varias veces a lo largo del fin de semana, y en cada una de esas ocasiones sentí lástima por el abuelo de las cajetas. Me pregunté lo que siempre me pregunto cuando veo a un hombre de esta edad vendiendo lotería, cuidando carros, tirando de un carretón cargado con papel periódico, buscando en la basura envases reciclables o mendigando algunas monedas para medio sobrevivir. Ya le diré que me pregunté...

Este anciano de pasos lentos y a quien nunca vi sonreír me hizo recordar a otro abuelo que vi el año pasado en la terminal de buses de Liberia hacia distintos destinos guanacastecos (Filadelfia, El Coco, Playa Panamá, Sardinal...); este vendía unos focos que daban más lástima que luz. De hecho, durante la hora y media que permanecí en ese lugar no logró vender ni uno.

Al rostro del abuelo de las cajetas le falta dulzura, en tanto que el de los focos lucía apagado. No es para menos que así sea pues resulta imposible vivir dignamente con esos ingresos.

Pienso en ambos ancianos y me pregunto: ¿cuándo diantres va a decidirse la clase política costarricense a dejar de jugar de gobernante y tener el coraje y la responsabilidad de hacer las distintas reformas que le urgen a nuestro país para que muchos de nuestros abuelos tengan una vida mejor y para evitar que el día de mañana recojamos una abundante cosecha de abuelos de cajetas y focos?

A lo mejor si nuestros políticos tuvieran los mismos ingresos de ambos ancianos los veríamos actuar a la altura de los desafíos nacionales.