El país es un ajedrez desparramado

Nos encontramos en el peor de los jaques: el de la inmovilidad

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Desparramado porque las 32 piezas del desarrollo no están en su lugar, en las casillas que les corresponden, sino dispersas, esparcidas, regadas sobre el tablero. Es decir, no hay juego; cero movimientos.

Por ejemplo, las torres de la negociación política están postradas; ni una sola de pie o al menos inclinada. Ocasionalmente alguna de ellas da la impresión de que va a reaccionar, levantarse y efectuar un desplazamiento, pero aquello no pasa de un simple amago, una mera intención. Y es que hablar y tomar café no es lo mismo que negociar en serio.

Algo parecido ocurre con los caballos de los acuerdos en torno a proyectos con impacto nacional: acostados, dormidos, roncando y con herraduras gastadas, y, como si fuera poco, el pasto escaso y de baja calidad y los aperos extraviados. Además, la cuadra luce descuidada; al parecer no hay quien quiera ensuciarse las manos barriéndola y ordenándola.

Los alfiles de la pericia política no son la excepción. Se ven aperezados, aletargados, amodorrados. Lo más notorio es que han perdido el brillo, la altura y el porte elegante que los distinguió en otros tiempos y que los hizo ganar terreno, vencer a sus enemigos y poner en jaque la parálisis nacional.

Y si se trata del rey de los sacrificios gremiales en pro de la colectividad y de la reina de la flexibilidad y la grandeza de saber ceder, la verdad es que el poder de ambos ha venido muy a menos. Tronos, coronas y cetro están desteñidos, pero lo peor de todo es que los súbditos les perdieron el respeto. No hay sentido de autoridad.

Nadie está libre de pecado en este ajedrez. Los peones de la racionalidad están más intransigentes que nunca. Es más, se muestran violentos y amenazan a quienes osen poner sus beneficios y privilegios sobre la mesa de la discusión nacional.

En conclusión, el país, nuestro país, se encuentra en el peor de los jaques: el de la inmovilidad y el estancamiento.