Es hora de cambiarle el techo al país

¿Por qué nos resignamos a colocar ollas y baldes para simplemente evitar que las goteras de los problemas serios y postergados nos inunden?

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Nos hemos acostumbrado a vivir en un país que desde hace varias décadas tiene el techo herrumbrado, abollado, con goteras, láminas de zinc sueltas, clavos oxidados, armazones flojas, vigas podridas, el listón de refuerzo endeble, correas débiles, anclajes de amarre frágiles y canoas y bajantes colapsados.

La situación se agrava día con día pues en lugar de ejecutar una solución estructural —demoler el andamiaje actual y reemplazar los elementos que nos ponen en riesgo—, una y otra vez optamos por los remiendos de siempre.

Me refiero a la cinta adhesiva que los aguaceros despegan, pasta tapagoteras que los gatos desprenden, parches con bolsas plásticas que terminan volando como papalotes, darle vuelta a las láminas y "asegurarlas" con los clavos viejos y dañados y reforzar la techumbre con rocas, ladrillos y bloques de cemento para evitar que los fuertes vientos nos dejen a la intemperie.

Somos un país con talento, inteligencia, habilidades, destrezas, ingenio, capacidades, aptitudes, creatividad, formación, potencial e ideas de sobra, que lamentable e inexplicablemente se conforma con perder el tiempo y oportunidades valiosas con retoques, chapuzas, apaños, churros, chambonadas, torpezas, frangollos, improvisaciones y "reparaciones" provisionales y efímeras.

¿Cómo es posible que en lugar de arreglar el techo —y de paso aprovechar para colocarlo mucho más alto pues podemos alcanzar grandes alturas— nos resignemos a colocar ollas, baldes, picheles, basureros, tinajas, estañones y palanganas sobre el piso para evitar que las goteras del déficit fiscal, el régimen de invalidez, vejez y muerte, los beneficios, privilegios y transferencias, las insuficiencias en educación, los rezagos en infraestructura, los añejos hábitos de la tramitomanía, las tormentosas presas viales de cada día y otros aguaceros nos inunden, desborden y ahoguen?

Y aunque esta no es una tarea exclusiva de nuestros políticos, muchos de los cuales han demostrado ser más parte del problema que de la solución, abrigo la esperanza de que en las próximas elecciones los costarricenses ejerzamos el derecho al voto presidencial y legislativo con un alto sentido de responsabilidad, cuestionamiento, discernimiento, seriedad, análisis, espíritu crítico, reflexión y clara conciencia del delicado momento que atraviesa Costa Rica.

Aún estamos a tiempo de dejarnos de remiendos y enfrentar los retos que nos plantea un techo herrumbrado, abollado, con goteras, láminas de zinc sueltas, clavos oxidados... pero para ello se requiere —entre otras condiciones— de un voto que se decida con el cerebro y no con el hígado.

No estamos para prestarle atención a ocurrencias, improvisaciones, cantos de sirena, demagogia, chistes, refranes graciosos, promesas sin sustento, palabrería hueca, falsos "mesías", inquisidores, poses prefabricadas, fanáticos, bufones y bailarines.

Un paso en falso y nos hundimos con todo y techo. Un paso en serio y podemos empezar a reconstruir el techo que nos llenó de orgullo, éxitos y satisfacciones en el pasado.