Había una vez dos volcanes

Existía más preocupación por los perjuicios a las carrocería de los carros, las canoas y los techos, y las mascotas que por las serias medidas y advertencias por parte de las calificadoras de riesgo Moody's y Fitch, y el gigante bancario JP Morgan

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Había una vez un país con dos volcanes: uno geológico, llamado Turrialba, montaña de fuego capaz de destruir pueblos, cultivos y carreteras, y otro económico, enorme y creciente cráter del déficit fiscal que atenta contra la estabilidad y el desarrollo.

El segundo, el del faltante en las finanzas públicas, era muchísmo más peligroso, con graves consecuencias de largo plazo para el Estado, las empresas y los hogares. como el encarecimiento del crédito (crecimiento del desempleo), el freno en la inversión pública (incluidos los programas sociales) y el aumento en el costo de la vida (pobreza).

Dicho de otra manera, el primer volcán atentaba contra el presente; el segundo, podía hipotecar el futuro.

Sin embargo, la población en general estaba más preocupada por el primero, el de materiales incadescentes. La gente le prestaba mayor atención a lo que decían la Red Sismológica Nacional, la Comisión Nacional de Emergencias, el Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Costa Rica, y el Área de Amenazas y Auscultación Sismológica y Volcánica del Instituto Costarricense de Electricidad que a las voces de advertencia de economistas que integraban centros de pensamiento como la Academia de Centroamérica, Consejeros Económicos y Financieros S. A. y Ecoanálisis.

No solo eso. Ciudadanos, gobierno y clase política le seguían más la pista a los temblores y retumbos, emanaciones de gases, erupciones de ceniza, lanzamiento de rocas y rastros de lava que a señales más críticas como la promesa electorera e incumplida de no impulsar impuestos durante los dos primeros años de gobierno —sino aprovechar ese tiempo para reducir el déficit fiscal en un 50%—, el aumento salarial del 4% a la base a los empleados públicos, el incremento del 14% en el presupuesto de las universidades públicas para el 2015, y el envío a la Asamblea Legislativa de un presupuesto para el mismo año con un crecimiento del 19% en el gasto. Algo así como echar gasolina en el cráter.

Como si fuera poco, había más preocupación por los perjuicios a las carrocería de los carros, las canoas y los techos, y las mascotas que por las serias medidas y advertencias por parte de las calificadoras de riesgo Moody's y Fitch, y el gigante bancario JP Morgan.

Para colmo de males, los llamados a atender el riesgo de explosión del volcán del déficit fiscal hacían las de Pilatos: se lavaban las manos con la justificación de que fueron los gobiernos anteriores los que dispararon el nivel del magma (gasto) y que aunque ahora ellos sí creían en la necesidad de nuevos impuestos (al fin y al cabo es la administración del cambio), la responsabilidad de las posibles consecuencias era única y exclusivamente de la oposición si no aprobaba los proyectos que enviaría al Congreso. ¿Y el recorte del gasto? ¡Cero! ¿Y la estrategia con los diputados y partidos políticos? Conversar, tomar café y confiar. ¿Y el plan B? No hay.

Así las cosas, ¿cómo irá a terminar esta historia en el país donde interesa y preocupa más el volcán geológico que el económico?