Édgar Ayales: Un Poncio Pilatos en Hacienda

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Un ministro de Hacienda que salga a decir que aumentar impuestos no sirve de nada ya que el gran problema es el incremento vertiginoso del gasto, debería estar de primero en mi lista de tarjetas de Navidad. Si a esto le añadimos que ese mismo funcionario afirme que el Estado gasta mal y sin importar los resultados, la cosa se pone mejor aún. ¿Entonces por qué no me convence Edgar Ayales? Porque aparte de hablar con conocimiento y decir las cosas correctas, uno esperaría que un ministro haga algo. Y en ese sentido, Ayales ha resultado ser un verdadero Poncio Pilatos hacendario.

El jerarca convence a cualquiera. Un funcionario con más de 20 años de experiencia en el Fondo Monetario Internacional, hablar pausado y de buenas gentes, asumió las riendas del Ministerio de Hacienda en el peor momento: su predecesor renunció envuelto en un escándalo de consultorías y supuesta evasión de impuestos, y el paquete tributario al que la presidenta Chinchilla le había apostado todo su gobierno fue hundido en la Sala Constitucional.

Desde un inicio, quedó claro que la labor de Ayales era una sola: mantener el Titanic a flote para que fuera al próximo gobierno el que le tocara lidiar con la jarana. De tal manera, el ministro de Hacienda se limitó a tres cosas durante los 2 años de su mandato: primero, hacer conferencias de prensa mensuales para expresarle a los periodistas su alarma por el rumbo fiscal del país. De seguido, buscó endeudamiento externo para compensar por la falta de nuevos impuestos y aliviar un poco la presión sobre las tasas de interés locales. Finalmente, preparó un documento diciéndole al próximo Gobierno qué hacer. Esa ha sido la tónica de Édgar Ayales al frente de Hacienda.

Con su verbo y sinceridad, mucha gente cayó convencida de la gran labor de Ayales. Pero hay algo más. ¿Qué ha pasado con el gasto público en esta segunda mitad de la Administración Chinchilla? Una imagen vale por mil palabras. El gráfico adjunto muestra el desempeño de los ingresos y las erogaciones del Gobierno central desde el 2006 a la fecha. Como podemos ver, a pesar de su mala prensa, Fernando Herrero fue efectivo en básicamente congelar el gasto público durante los dos primeros años de Gobierno. Sin embargo, este se dispara de nuevo coincidiendo con la llegada de Ayales como ministro de Hacienda. En otras palabras, él deshizo las medidas de austeridad implementadas por su predecesor. Ha sido durante su período que el gasto ha aumentado a una velocidad tres veces superior a la de los ingresos. Como resultado, la Administración Chinchilla entregará un déficil fiscal superior al desastroso 5,5% del PIB que recibió de Óscar Arias.

¿Es Ayales responsable por esta situación? Según él, no. Uno de sus argumentos favoritos es que el 95% del gasto está estipulado en leyes que él no puede cambiar. Además, como indicó en la entrevista reciente que le hizo el periodista Alejandro Fernández para El Financiero, los diputados continúan agravando la situación: "Se han aprobado en los últimos tres años 63 leyes que crean gastos sin ingresos". Las preguntas que saltan a la vista son obvias, ¿quién ha gobernado el país en los últimos 3 años? ¿Se aprobaron solas esas leyes, sin los votos del partido oficialista y sin la sanción correspondiente de la presidenta Chinchilla? ¿Dónde están las declaraciones de Ayales, responsable final de las finanzas estatales, oponiéndose a esta legislación? Si se opuso en privado y no le hicieron caso, ¿por qué no tuvo la dignidad de renunciar a su cargo? ¿Y cómo Fernando Herrero sí pudo congelar el gasto por dos años con las mismas leyes que supuestamente determinan cómo se debe gastar el 95% del presupuesto?

En la entrevista de El Financiero, Fernández desnuda el doble discurso de Édgar Ayales. Si la situación fiscal es tan alarmante como él nos dice en sus conferencias de prensa, ¿se justifica que el Ministerio de Seguridad gaste ₡1.953 millones en 50 vehículos de lujo o que el Ministerio de Cultura compre el Cine Variedades por ₡1.000 millones? La respuesta de Ayales es de colección: yo no soy quién para decirle a los ministros cómo gastar la plata. Don Édgar: ¡usted es el ministro de Hacienda! Su trabajo es elaborar el presupuesto de la República y establecer los grandes lineamientos en materia de gasto.

Don Édgar incluso calificó como importantes esos gastos puntuales que señaló Fernández, diciendo que eso que algunos catalogan como "despilfarro", equivale si acaso a un 0,03% del PIB (no sabemos de dónde sacó la cifra). Infiere que esos abusos que molestan tanto a la opinión pública son peccata minuta y no valen la pena discutirlos. Lo que sí hay que tratar son "los grandes temas de las finanzas públicas". Cuando Fernández le pide un ejemplo de partida que calce con esa descripción, Ayales apunta al 1,5% del PIB que reciben las universidades estatales, pero se apresura a aclarar que él no quiere empezar la discusión sobre si se justifica o no dicho monto. ¿Entonces? ¿No es este el ministro al que le da "pereza que Costa Rica no quiera discutir los grandes temas fiscales"? Más jabón y agua para don Édgar, por favor.

Ayales dice que se siente satisfecho de haberle dejado dicho a los candidatos presidenciales y a sus equipos lo que hay que hacer para poner las finanzas en orden. Es más, añade con toda tranquilidad: "Si los candidatos no quieren [implementar sus recomendaciones], yo me voy para mi casa feliz de la vida y buena suerte". Pero no podemos perder de vista un elemento fundamental: el puesto de Ayales no es de profesor universitario o analista en un think tank, sino de ministro en la rama ejecutiva del Gobierno. Es decir, tenemos que medirlo no solo por lo que dice sino por lo que hace. Por eso, con todo respeto para don Édgar, por lo que ha hecho y no hecho al frente de Hacienda, bien se pudo haber quedado en la casa estos dos últimos años.