El caso a favor de la venta de órganos

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.


Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.


Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

El liberalismo clásico implica la noción radical de que otra gente no le pertenece a Usted. Parece mentira que un concepto tan básico genere tanta polémica. Pero es así. No obstante, la izquierda y la derecha se aferran a todo tipo de nociones como la moral, la ética o la religión para reclamar la soberanía sobre su cuerpo. Un caso muy singular que ha estado en los medios de comunicación recientemente es el de la venta de órganos.

El arresto de un médico de la CCSS quien supuestamente facilitaba la venta de órganos, así como la noticia de que hay gente vendiendo sus órganos en sitios web, han generado estupor en la opinión pública. Un editorial de La Nación equiparó la situación con la trata de blancas y afirmó que "una práctica tan inhumana debe ser desterrada para siempre". Ciertamente la idea de que alguien se vea en la necesidad de vender un riñón o algún otro órgano para atender una necesidad económica puede resultarle repugnante a algunos, pero ¿debería ser ilegal?

Para un liberal, no. La principal razón es filosofica y parte de una premisa fundamental: toda persona es dueña de su cuerpo y como tal puede tomar decisiones sobre este siempre y cuando no afecte el mismo derecho de los demás. Alguna veces no estaremos de acuerdo con las decisiones que alguien tome, para lo cual podemos intentar persuadirlo. Pero si recurrimos al uso de la fuerza (o a la amenaza de esta) para evitar que una persona tome decisiones sobre su propio cuerpo, nos estamos convirtiendo en sus dueños. Si yo no puedo decidir qué hacer con mi cuerpo, alguien más está ejerciendo esa facultad y por ende tiene más control sobre este (y mi vida) que yo mismo. Así de sencillo.

Para algunos conservadores esta idea resulta repugnante de raíz: Dios o la sociedad son los dueños de nuestros cuerpos y por lo tanto no podemos tomar decisiones sobre estos. Estos conservadores de derecha invocan la "moral" y las "buenas costumbres" para justificar el uso de la fuerza del Estado contra aquellas personas que toman decisiones sobre sus cuerpos que no les parecen correctas. Sin embargo la pregunta siempre queda en el aire: ¿Moral de quién?

Pero el caso más curioso son los progresistas de izquierda. En muchos temas como el consumo de drogas, el sexo consensual y la eutanasia, la izquierda reafirma el principio de la autonomía del individuo para tomar decisiones siempre y cuando no se afecte a terceros. En eso la izquierda y los liberales hacemos yunta. Sin embargo cuando se trata de la venta de órganos, los progres olvidan que las personas son dueñas de sus propios cuerpos y claman por una regulación que evite tal barbaridad bajo el concepto de la "ética". Se repite la pregunta: ¿Ética de quién?

Además de la razón filosófica, hay un argumento utilitarista a favor de la venta de órganos: Contribuiría enormemente a disminuir la escasez de los mismos y salvaría miles de vidas. Este caso ha sido presentando contundentemente en las página de The Economist y The New York Times. De acuerdo a un estudio del Premio Nobel de Economía Gary Becker y Julio Jorge Elías, "los incentivos monetarios aumentarían la oferta de órganos para transplantes lo suficiente para eliminar las muy largas filas de espera en los mercados de órganos y el sufrimiento y muertes de muchos que se encuentran en ellas". En otras palabras, permitir la venta de órganos salvaría miles de vidas. ¿Qué hay de poco ético en ello?

Los opositores señalan que la gente que recurre a vender uno de sus órganos, como riñones, parte del hígado, etc., no está tomando una decisión soberana porque en la mayoría de los casos lo hace bajo la presión de condiciones económicas extremas. El escándalo en ese caso es que alguien se encuentre en tal nivel de pobreza que se vea obligado a tomar una decisión tan fatídica. Entonces, en nombre de la moral, las buenas costumbres o la ética, prefieren que esa persona no pueda satisfacer sus necesidades (a veces tan urgentes como alimentación, vivienda o pago de atención médica para un familiar). ¿No es acaso eso más antiético o inmoral? ¿Queda en una mejor condición esa persona si no le permitimos vender su órgano? El hecho de que otra persona sea pobre no nos convierte en dueños y soberanos de su cuerpo. Ni esa persona pierde la facultad de tomar decisiones por sí mismo simplemente porque cuenta con pocos recursos económicos.

Sean filosóficas o utilitaristas las razones, lo cierto es que el individuo tiene derecho sobre su cuerpo y sobre su vida. No un político, ni un sanedrín de expertos médicos, ni la Conferencia Episcopal. Y seamos claros. El ser humano siempre toma decisiones en busca de mejorar su situación actual. Esto no quiere decir que siempre consiga un resultado mejor, sino que tiene la expectativa de conseguirlo. Y si alguien, en pleno ejercicio de su libertad, desea extraerse un órgano y venderlo, es porque espera con ello mejorar el estado en que se encuentra. Y esto implica un gran corolario: nadie tiene potestad de impedirle a otro mejorar su vida si lo hace respetando los derechos de los demás.

Algunas personas califican esta posición como "absolutista". Pues sí. Cuando se trata de definir quién es dueño y soberano del cuerpo de uno, no creo en términos medios. ¿Y Usted?