El problema con la democracia

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De acuerdo a la última encuesta de UNIMER para La Nación, Johnny Araya se avisora como el próximo presidente de Costa Rica. La alternativa, nos dice dicho sondeo, sería El Doctor Hernández, cuyas propuestas más concretas son prohibir las andaderas y darles salario a los candidatos presidenciales. Según aquellos que por lo menos pudieron acordarse del nombre de un diputado, Justo Orozco es el mejor en Cuesta de Moras. De cuarto en dicho ranking sale Araya, quien ni siquiera es diputado. Vox populi, vox Dei?

La encuesta constituye un baldazo de agua fría para aquellos que esperábamos que el actual desastre de gobierno se tradujera en un clamor popular por algo mejor. Pero no. Una pluralidad de los costarricenses quiere un tercer gobierno del PLN liderado por quien fuera alcalde de San José por 22 años. Aquellos que sí quieren un cambio parecen apostarle a la versión berrinchosa de Abel Pacheco. ¿Qué nos dice esto del estado de nuestra democracia?

El problema no es que nuestra democracia se encuentre enferma, sino que hemos decidido confiarle muchas decisiones al proceso democrático. A pesar de que muchos ven la democracia como un fin en sí mismo, la realidad es que es el peor sistema de gobierno excepto por todos los demás, como una vez señalara Winston Churchill. No porque una decisión se tome democráticamente debe verse como justa o legítima. Al final de cuentas a Jesús decidieron crucificarlo en una elección democrática.

Los números de UNIMER nos revelan que un sector muy importante de la población, quizás hasta mayoritario, está altamente desinformado o desinteresado acerca del quehacer político nacional. Prefiere ver Combate que un programa de análisis político. Y en el fondo no los culpo. ¿Quién tiene el estómago para ver una sesión de la Asamblea Legislativa, con discurso de Fabio Molina incluido? Sin embargo, la mayoría de estas personas vota cada 4 años, y su voto vale lo mismo que el de la persona más enterada de los problemas nacionales.

La ignorancia sobre temas de política y de gobierno es el principal problema con la democracia moderna, argumenta en un nuevo libro Ilya Sormin, profesor de la Escuela de Derecho de George Mason University (Estados Unidos). Sormin señala que esta ignorancia es racional: la gente sabe que su voto individualmente no cambiará nada, así que prefiere dedicar su tiempo a cosas que le generan más satisfacción (ver Combate, por ejemplo). El resultado, como lo demuestran las encuestas, es una población altamente desenterada de la política y de quiénes nos gobiernan.

Esto, por supuesto, es tremendamente problemático. Yo no quiero a la gente que contesta estas encuestas decidiendo qué tipo de educación van a recibir mis hijos, qué clase de seguro médico puedo tener, con quién puedo casarme o a qué productor le puedo comprar leche o arroz. Lamentablemente, tenemos un sistema así. Sin embargo, la solución tampoco consiste en un gobierno dictatorial o en un Sanedrín tomando estas mismas decisiones por el resto de nosotros.

La solución parte por limitar el tamaño del Estado; reducir los espacios de la política sobre las decisiones individuales de los costarricenses. Porque resulta sumamente irónico que tengamos una opinión tan negativa de los políticos pero al mismo tiempo favorezcamos que muchas de nuestras decisiones se tomen en el ámbito político.

No obstante, habrá gente que tendrá una lectura diferente de la situación: lo que necesitamos es una ciudadanía más y mejor informada. No hay que reducir los espacios de decisión política. Los conservadores dirán que temas como el matrimonio igualitario deben decidirse democráticamente. Los socialdemócratas dirán que algo como a qué compañía le puedo comprar un cilindro de gas también debe decidirse mediante una votación. Si tan sólo pudiéramos forzar a la gente a leer más y a ver más Canal 15...

Pero un público culto y educado tampoco es garantía de buenas decisiones. El socialismo nacionalista surgió en la década de los treinta en el país más educado de Europa. Argentina es uno de los países más leídos de América Latina y eso no evita que tengan uno de los gobiernos más desastrosos de la región. Y si nosotros hubiéramos sometido la decisión de la apertura de la banca, telecomunicaciones y seguros al Consejo Universitario de la UCR todavía tendríamos monopolios estatales en esos sectores. El problema, nuevamente, es someter tantas decisiones que nos atañen personalmente a las masas, es decir, al proceso democrático.

El meollo del asunto es simple: entre más grande sea el aparato estatal, como lo defiende la mayor parte de la clase política nacional, más decisiones que nos afectan en nuestros bolsillos y habitaciones serán tomadas por aquellos que consideran a Justo Orozco el mejor diputado. ¿La voz del pueblo es la voz de Dios? Si es así, me declaro agnóstico.