Le Booster o no le booster: Entre la realidad, la legalidad y la economía

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Me gustaría iniciar esta nota con una anécdota. Cuando apareció en Costa Rica la nueva ley de Tránsito, llamaba la atención las altas multas consideradas. En muchas conversaciones sobre el tema lo que aparecía inmediatamente era el asunto de las multas; que eran exorbitantes, desproporcionadas, que como iban a ser más que el salario mínimo, etc. En todos los casos mi argumento era el mismo, ¿Por qué preocuparse si somos conductores responsables? Si respetamos las velocidades permitidas, no manejamos bajo la influencia del alcohol, no somos conductores temerarios, ¿Cuál es el problema que las multas sean de mil o de un millón?

Me da la impresión que algo parecido ocurre con el asunto de los famosos boosters o sillas de niños y la obligatoriedad de su uso por parte del transporte escolar. Creo que todos estamos en favor de la seguridad, pero con racionalidad. ¿El problema es que el transporte de niños tenga los boosters o que los conductores manejen responsablemente y respeten las reglas? El booster no reemplaza un conductor responsable, un policía de tránsito que controla la fluidez del mismo y el cumplimiento de las reglas. El asunto empieza por ahí.

De otro lado, no se pueden pedir imposibles bajo la hipótesis de que su presencia evitará los accidentes de tránsito. Es ahí donde entran los aspectos técnicos (que no son menores). El booster requiere cinturones de tres puntos y estas unidades cuentan con solo de dos puntos. Esto de por si implica una inversión económica significativa (cambiar los cinturones y la compra de boosters), para muchas pequeñas empresas que viven del transporte escolar esta inversión puede poner en riesgo su estabilidad económica; además el poner boosters reduce el espacio disponible y por tanto la capacidad del transporte (y con ello los ingresos). Todos queremos seguridad, pero, con racionalidad. Ya los asientos cuentan con cinturones de seguridad, además que estos transportes deben hacer revisiones mecánicas más frecuentemente que el transporte privado.

El problema pasa por una realidad en la que el conductor es irrespetuoso, el poner más reglas no resuelve el problema y que además puede hacer inviable a una pequeña empresa. Esto supone cambiar la forma de resolver los problemas; las reglas (leyes) no resuelven los problemas como por arte de magia, la sociedad debe empezar a madurar y tomar responsabilidad de sus actos, las carreteras no son pistas de velocidad, los peatones no tienen derecho a cruzar donde les da la gana, y la policía debe poner orden donde hay caos. Cuando todos mejoremos nuestra actuación como ciudadanos, nos daremos cuenta que no necesitamos tantas normas, sino mas sentido común.