PORTA MI

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Estos días de fin de año me han permitido ver cuanta barbaridad es posible en la no-convivencia ciudadana. Desde (el ya habitual) irrespeto a los semáforos, señales de alto, ceda, etc., subirse a los separadores de las vías para ganar 20 segundos de tiempo, echarle el auto a cuanto peatón ande por la calle, estacionar en espacios para discapacitados, en rampas, etc., etc., a vista y paciencia del resto de la sociedad a la que no le importa porque también lo hace.

Y esta misma actitud la encontramos en los comercios frenéticos por las ventas de fin de año. Me ha tocado ver que en algunos casos no les importa vender productos en mal estado, dañados, con “ligeros detalles”, o en restaurantes sirviendo comida fría (o quemada); total, estamos a fin de año y lo que la gente quiere es gastar. Es decir, si por lo general reconocemos que las reglas son digamos, “relajadas”, en este momento son casi inexistentes. El asunto es la actitud generalizada de “hacerse el vivo”, el famoso “porta mi”.

Lo anterior tiene que ver con dos hechos igualmente lamentables: (i) el saber que existen leyes para unos y para “otros”, y (ii) la ausencia de disciplina y orden en todos los aspectos de nuestras vidas. Hace unos días vi un video de un colombiano que estudió en Japón y que señalaba inicialmente admiración por la inteligencia de los japoneses. Luego de su interacción con ellos se percató que ellos no eran tan distintos a los colombianos, salvo por un “pequeño detalle”; los japoneses son disciplinados. A ello se debe su éxito.

Los latinoamericanos tenemos grandes virtudes y talentos, incluso algunos que no lo son (como la improvisación), también los hemos convertido en virtud, porque la usamos tan intensivamente que casi es para nosotros un arte. A pesar de ello, lo que nos impide llegar a los niveles más altos de desarrollo es nuestra falta de disciplina. Y eso tiene que ver con esa actitud de desinterés o de soberbia respecto de lo que hacemos. Al final, podemos hacer las cosas razonablemente bien porque tenemos ese talento para improvisar (hacer las cosas a última hora) y salir airoso. Por eso es que muchas pymes no pueden acceder a ser parte de las cadenas de valor de grandes empresas: pueden hacer las cosas bien pero no cumplen con las entregas, o van un poco por debajo de los estándares. Si pueden hacerlo, pero no lo hacen. Por supuesto, existen las que lograron llegar a mercados internacionales, integradas en cadenas y con éxito en el mercado. ¿La razón? Aprendieron a ser disciplinadas. Estándares de calidad, siempre, cumplimiento de los pedidos, siempre.

Muchas veces he visto que las empresas ya internacionalizadas empiezan a fallar cuando sienten seguro el mercado. Ya hicieron varios pedidos exitosos, pero algo pasa; es que bajó el precio internacional, es que se redujo la demanda, etc. Siempre hay excusa para no hacer las cosas bien.

La disciplina no es una medicina agradable, sobre todo cuando nuestro paladar no está acostumbrado, cuesta tomarla y no solo nadie la quiere tomar, sino que nadie la quiere aplicar. Esa es la parte que no depende de nadie más que de la propia empresa. ¿Quién se atreve a ser disciplinado?