Laura Castillo: la docente que anhela un Limón con mayores oportunidades

Una esperanza se asoma en el horizonte caribeño con la Terminal de Contenedores de Moín, concesión que arranca con la promesa de hacer más competitiva a la provincia

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Son las dos de la tarde y la temperatura en el Barrio Limoncito en Limón registra los 27 grados, aunque el bochorno y la humedad generan una sensación térmica mucho mayor, quizás de unos 30 grados. Un sol ardiente se posa sobre decenas de estudiantes que disfrutan su recreo en el patio de una iglesia católica.

Un timbre avisa que es hora de volver a clases y los niños regresan a aulas improvisadas en medio de un galerón de latas y una desmejorada casa cural con las paredes despintadas.

En los pasillos de la Escuela de Barrio Limoncito camina Laura Castillo, docente que por 24 años ha laborado con población en riesgo social a lo largo y ancho de Limón, y que ahora vislumbra una esperanza con la entrada en operación de APM Terminals.

Durante su trayectoria, Castillo ha enfrentado grandes retos, desde proteger a sus estudiantes de balaceras, hasta ver cómo las drogas o la prostitución, consumían la vida de sus alumnos. A pesar de que estos recuerdos forman parte de un doloroso pasado, los retos cambian.

Desde hace casi dos años la docente batalla con las dificultades que enfrenta el centro educativo, que se vio obligado a migrar luego de que el Ministerio de Salud emitiera siente órdenes sanitarias.

“Empezamos a dar clases en el patio de la iglesia católica, eso fue en julio de 2017. Había solo un salón comunal (...) todos los días teníamos que sacar silla y mesa para impartir lecciones y cuando terminaba el día teníamos que meter silla y mesa para que no se mojaran, duramos así seis meses. Cuando llovía no se podía trabajar”, comentó Castillo.

Luego de realizar bingos y ventas de comidas, los docentes lograron reunir dinero para levantar un galerón y además colocar una efímera instalación eléctrica, que poco después desapareció a manos del hampa.

La promesa de tener nuevas instalaciones es lejana, podría llegar hasta el 2020 según Rosa Adolio, viceministra Administrativa del Ministerio de Educación Pública (MEP).

Por ahora, el antiguo templo que alberga a cerca de 673 estudiantes, es el símbolo del perpetuo abandono en el que se ha sumergido Limón.

Una provincia a la que han endulzado con un sinnúmero de promesas, pero que a lo largo de los años solo les ha dejado tragos amargos.

Sin embargo, una esperanza atracó en el horizonte caribeño con la Terminal de Contenedores de Moín (TCM), una concesión a cargo APM Terminals que arranca con la promesa de hacer más competitiva a la provincia y al país.

La ironía

Limón es una provincia llena de contradicciones, por sus puertos y carreteras desfilan el 40% del total de las exportaciones, según Comex. A pesar de las riquezas que circulan por estos senderos, la pobreza insiste en asentarse en el seno de las familias.

Para Castillo “la plata” que ingresa por los puertos de Moín y Limón, no se refleja en oportunidades para sus estudiantes –incluso su hijo– quienes en muchas ocasiones deben migrar a otras zonas para obtener más opciones de trabajo o estudio.

La constante fuga de talento le pasa una cara factura para la provincia.

Con la llegada de la concesionaria holandesa surge la promesa de dinamizar el empleo en la zona, para el 2025 se proyectan 2.400 plazas, de acuerdo con el análisis “Nueva terminal de Moín: Efectos y oportunidades en la provincia de Limón”, de la Academia de Centroamérica en 2016.

Aunado a esta promesa, APM Terminals deberá pagar un 5% por la explotación de la concesión y el 2,5% de la tarifa por contenedor se destinarán para el desarrollo económico de la provincia.

Sin embargo, la llegada del nuevo vecino holandés se ve con prudencia.

“Deben de fortalecer a Japdeva para que no se cierren campos de trabajo ahí. Al fortalecer Japdeva y APM aquí con la TCM, pues sería una provincia magnífica”.

Al parecer, la prudencia es una cualidad que los limonenses han desarrollado tras una seguidilla de promesas infructuosas que condenó a la provincia al rezago.

El retraso no solo se refleja en la infraestructura de un centro educativo como la Escuela de Barrio Limoncito, sino que la brecha con respecto a otras regiones del país es más profunda.

En el 2017 la deserción que se dio en tercer ciclo y en educación diversificada fue del 9%, lo que significó que 1.659 estudiantes desertaron de la educación formal, según datos de la Dirección Regional de Limón.

Mientras que la población nini -es decir la población que ni estudia, ni trabaja– tiene nota roja según el Índice de Progreso Social, que le otorgó una clasificación de 76,08 a la medición de este indicador, con respecto a otras zonas evaluadas.

El rezago es histórico, en el 2011 la provincia ostentaba uno de los mayores porcentajes de hogares con clima educativo bajo. En Limón la cifra era de 34,5% y en Matina y Guácimo fueron el 54,5% y el 53,9%, respectivamente, según datos del Estado de la Educación.

Los números negativos han dado algunas lecciones, tal es el caso del Colegio Técnico Profesional Liverpool que se convirtió en una institución que ofrece técnicos en negocios y cursos relacionados con temas portuarios, para tratar de compensar las necesidades que tiene la provincia, según indicó la docente.

Al concluir la entrevista, el clamor de Laura es uno solo: generación de empleo.

“El Gobierno necesita hacer algo para que Limón genere empleos, todos aquí quieren trabajar, no es que quieren las cosas gratis”, afirmó.