Uvas, muerte e injusticia en los campos italianos

La crisis económica y la escasez de oportunidades de trabajo ha generado un campo fértil para la explotación de jornaleros agrícolas, sean locales o inmigrantes ilegales

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Su esposo todavía puede recordar cómo Paola Clemente solía poner dos alarmas para asegurarse de que despertaría en medio de la noche – a la 1:50 a.m. – para alcanzar el autobús privado que la llevaría a ella y a docenas de otras mujeres hasta los viñedos.

Allí, piscaba y escogía las uvas de mesa hasta por 12 horas, y se llevaba a su casa muy poco, unos 27 euros diarios, alrededor de $29, después de que los intermediarios le quitaran parte de su paga. A veces, estaba tan exhausta que se quedaba dormida en medio de alguna conversación.

Su muerte, de un ataque cardiaco, a los 49 años, en los campos, desencadenó un proceso de introspección de dos años en Italia, tras el cual, las autoridades, los expertos en trabajo y los sindicalistas dijeron que se trataba de un elaborado sistema de esclavitud de la era moderna – que involucra a más de 40.000 italianas, así como a inmigrantes y jornaleros estacionales – que persiste en el centro de la economía agrícola de Italia, en especial aquí, en el talón irregular del país.

Tras meses de investigación, este año las autoridades aprehendieron a seis personas, las acusaron de utilizar a sus agencias de reclutamiento y transporte para extorsionar los sueldos a mujeres tan pobres y desesperadas que no se atrevían a denunciar y trabajaban en condiciones extremas.

Legislación

La muerte de Clemente, en julio del 2015, movilizó a los legisladores italianos para aprobar una ley el año pasado, orientada a combatir la explotación de los trabajadores.

Sin embargo, dicen los expertos, la virtual esclavitud sigue siendo perturbadoramente generalizada en un país famoso por sus productos en todo el mundo. Según algunas mediciones, Italia es el segundo peor estado en la Unión Europea por sus esclavos, después de Polonia.

“Regresamos a la situación en la que estábamos en los cincuentas. Se han afectado los derechos que adquirieron los trabajadores con la reforma agraria, si no es que se han rechazado”, dijo Leonardo Palmisano, el autor de diversos libros sobre los jornaleros agrícolas. “Se trata de un fenómeno que es dominante por todas partes, no solo en Apulia, y afecta a los trabajadores italianos tanto como a los extranjeros”.

En el caso de Clemente, los dueños de la granja pagaban regularmente a los intermediarios para que la recogieran y la transportaran junto con otras mujeres. A veces, éstos se embolsaban dos terceras partes de la paga de las mujeres y deducían los costos del transporte. No se contaban las cinco horas del recorrido.

Si las mujeres se quejaban, el reclutador las amenazaba con ya no volver a llamarlas. “Otra mujer puede tomar tu lugar”, una de ellas recordó que le dijeron, según los expedientes de la causa.

Incluso ahora, ninguna mujer que trabajó por medio de un reclutador habló por atribución, por miedo a perder el empleo. Los investigadores enfrentaron el mismo reto. “Cuando empezamos a entrevistar a las colegas de la señora Clemente, nos topamos con un muro de silencio”, contó Nicola Altiero, el comandante provincial en Bari de la policía financiera de Italia. “Nosotros vemos a este sistema como explotación, pero los trabajadores lo ven como una oportunidad, una posibilidad que temen perder”.

En efecto, en las actas judiciales, varias mujeres declararon que sus reclutadores eran benefactores y que ellas se consideraban “afortunadas” de tener trabajo, por difícil que fuera.

Hoy, Stefano Arcuri, de 62 años, el esposo de Clemente durante 27 años, todavía pone la alarma a la misma hora que ella solía levantarse o marca a su teléfono celular cuando la extraña. “Quiero sentir que todavía está viva”, explicó.

Dos meses después de que murió Clemente, la policía financiera cateó las casas de sus compañeras de trabajo y encontró calendarios en los que muchas de ellas marcaban los días que habían trabajado en los últimos años. La cantidad de días excedían con mucho lo registrado en los contratos de la compañía.

Es una medida de la persistente crisis económica de Italia, así como de la escasez de trabajo, que las mujeres aceptaran casi cualquier condición laboral y que no acudieran a las autoridades. Organizaciones de la mafia participan en la explotación de trabajadores, alimentando lo que el escritor Palmisano definió como un “sistema de esclavos que empobrece a pequeños agricultores, enriquece a grandes minoristas y favorece el lavado de dinero”.

Para combatirlo, se incrementaron las sentencias de cárcel con una nueva ley en contra de la explotación de los jornaleros agrícolas en Italia, a hasta seis años, y se establecen sanciones a los empleadores que utilicen mano de obra mal pagada. Las autoridades pueden confiscar productos y hasta a las compañías, y lo recaudado va a un fondo que se utiliza para beneficio de las víctimas.

Sin embargo, muchos agricultores dicen que los estrictos requerimientos son una carga grave para las pequeñas compañías, en términos de los chequeos de la salud y del equipo, lo cual favorece a los grandes productores.

“Estoy satisfecho de que tengamos una ley en contra de la explotación de los jornaleros porque estas prácticas dañan a las compañías saludables para crear una competencia injusta”, señaló Donato Fanelli, el gerente de ventas de una pequeña cooperativa agrícola en Rutigliano.

Sin embargo, “los productores más grandes con jornaleros estacionales pueden ofrecer mejores precios”, dijo Fanelli. “La nueva ley debería ayudar también a cientos de pequeños y medianos productores”.

Las autoridades elogiaron la legislación como un primer paso. Sin embargo, la escasez de trabajo está impulsando una carrera hacia el fondo, advirtieron los sindicalistas. “El problema es que los trabajadores esclavizados no aprovechan las ganancias”, dijo Assunta Urselli, la secretaria general del sindicato Flai Cgil. “Lo único que aumenta es la competición entre los trabajadores”.

Bajo presión

La constante amenaza de que la remplazaran obligó a Clemente y a sus compañeras de trabajo a presionarse inmisericordemente. Después, las mujeres le dijeron a la policía que, a pesar del calor del verano, hasta trataban de beber agua solo si era estrictamente necesario para evitar pedir permiso para ir al baño.

Se prefería a las mujeres porque sus dedos delgados y su habilidad las hacen perfectas para piscar y limpiar las uvas de mesa. Lo hacían durante horas y horas.

Un día, unos compradores del norte de Europa llegaron de visita a los campos y les impresionó la habilidad de Clemente para quitar las uvas más pequeñas del resto del racimo sin dejar ninguna marca, ella le contó a su familia en una ocasión.

“Es mi trabajo”, les dijo con orgullo, recordó Arcuri.

Antes de morir en julio del 2015, Clemente mostraba síntomas de malestar en el autobús, según dijeron sus compañeras de trabajo a la policía. Trabajó de todas formas; si cualquiera perdía el día, ya no las volvían a llamar.

Cada día laboral, ella se despertaba a media noche para lavarse y preparar una mochila con galletas y un termo de café.

“Tenía miedo de llegar tarde”, dijo Arcuri en una entrevista en San Giorgio Ionico, un pueblo al este de Taranto, en el oeste de Apulia. “Si llegas tarde, no te dejan subirte al autobús”.

Clemente se preocupaba tanto por no trabajar que si no la llamaban, ella se levantaba de todas formas y hacía que su esposo la llevara en coche a los puntos donde pasaban a recogerlas para ver si realmente el grupo no tenía trabajo ese día, contó él.

Por lo general, el autobús privado llegaba a la 3 a.m. Cuando salía el sol, ella y otras trabajadoras estaban listas para empezar a seleccionar o piscar las uvas de mesa. Al final del día, el autobús las transportaba de regreso a su lugar de origen. A veces, las compañeras de Clemente se reían de ella porque se quedaba dormida cuando le hablaban.

Clemente se colapsó y su corazón dejó de latir cerca de las 8 a.m., cuando estaba seleccionando uvas en una carpa de plástico en el campo.

Arcuri fue a Roma el mes pasado para asistir a una ceremonia en la que se dedicó un salón en el ministerio de agricultura de Italia a su esposa. Las condiciones son todavía peores para los inmigrantes extranjeros, notó. Recordó un pasaje de la Biblia que dice que nadie debería explotar el trabajo de nadie más, sin importar su origen.

“La diferencia entre cómo trabajó mi esposa y cómo trabajan los inmigrantes es que los italianos ganan más dinero y el hecho de que tengamos una casa en donde dormir”, señaló Arcuri.

“Yo confío en la justicia. La verdad va a salir”, dijo. “Y sí espero que la ley que disparó su muerte ayude a los inmigrantes y a los italianos por igual”.