¿Es la mala suerte un apelativo distinto para denominar el fracaso? Hemos escuchado tantas veces que esas situaciones son motivo de aprendizaje, pero el gran desafío es cómo manejarlas cuando nos bloquea la incertidumbre.
Se requiere algo más que solidez emocional, que tantas bondades tiene para no hacernos perder los estribos. Necesitamos un tanto de madurez para dosificar la magnitud de los pequeños problemas que en apariencia son tremendamente grandes. Pero llega un momento de desconsuelo y quizás es aquí donde los factores externos han aniquilado nuestra fortaleza interior y requerimos de otros resortes para apuntalar semejantes enojos.
Pensemos en la familia, en los seres que nos ayudarán desinteresadamente a levantar la cabeza y erguir la postura para seguir andando con serenidad, y no bajo el impulso de aquel descontrol que haya aplastado nuestras nobles capacidades reflexivas.
Ahora consideremos a los amigos, aquellas personas que genuinamente nos abrazan sin decirlo, con una naturalidad que parece indiferencia, quienes son capaces de revestirnos en cuerpo y alma de las más dichosas amabilidades.
Y hay un soporte que con facilidad olvidamos en los momentos buenos, y de quien nos acordamos en las épocas difíciles, a veces para pedirle, pero muchas para reclamarle. A Dios le debemos el apoyo más intangible de todos, y tal vez por eso el más firme: el espiritual.
Este 2016 ya comenzó. Ahora nos corresponde buscar la ruta para descubrir la felicidad aún en medio de los pasajes oscuros sin siquiera buscarlos: esos vuelos que quizá nos toque tomar, para descender en aterrizaje forzoso, pero bien asidos a nuestros parientes, amigos y a Dios. ¡Feliz año nuevo y buen viaje!