Entre las plantas que adornaban uniformes las tierras de labranza a principios de 1980, cayó una semilla que con ayuda de las lluvias y el tiempo revelaría sus tallos y hojas diferentes. Nació con el nombre de agricultura orgánica y creció para convertirse en una ‘alternativa’ a la producción agrícola convencional.
Hoy la planta es un árbol que esparce semillas en el terreno fértil de un mercado poblado por consumidores más inclinados a premiar con sus compras a las empresas que cuidan del ambiente, con más puntos de distribución y un tejido de empresas en expansión.
El empuje de la actividad está cambiando, de a pocos, el rostro que hasta ahora ha caracterizado a los 80.000 costarricenses, que según el Censo Agropecuario del 2014, se ganan la vida trabajando la tierra.
Las facciones del agricultor tradicional están bien documentadas. Aplastantemente masculino, con una edad promedio de 54 años, con bajo nivel de escolaridad y modestas alternativas de capacitación.
Es una descripción que podría no empatar con la de quienes desarrollan emprendimientos relacionados con la agricultura orgánica. Aunque no hay datos sobre esta población en el Censo, la información disponible apunta a una participación más importante de las mujeres en esta rama agrícola y un pensamiento ecológico que los motiva a trabajar.
Impulsadas por la motivación y desde su ambiente de trabajo, estas personas relatan cómo apostaron por la ruta orgánica.