Circa 1997

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Un debate que continúa encendiendo pasiones se desarrolla entre los detractores del arte contemporáneo y sus abanderados.

Entre los detractores se suma por inclusión “el gran público”, ese que no siendo asiduo visitante de galerías o museos se muestra muy confundido con ciertas propuestas y un tanto reconfortado cuando pesos completos de la literatura (como Vargas Llosa, por ejemplo), se unen a sus filas. Mi indagación se ocupa hoy de una hipótesis que puede resultar de repente perogrullada… pero que igual la voy a ofrecer.

En 1997, el publicista y coleccionista de arte inglés Charles Saatchi, convenció a los directivos del Royal Academy of Art de albergar recientes adquisiciones de su colección particular. Con la ayuda del curador Norman Rosenthal presentaron Sensation, una muestra que generó escándalos en ambos lados del Atlántico (Rudolph Giuliani, alcalde de New York en aquel momento, amenazó con suspender el fondo de $ 7 millones del Brooklyn Museum si se mostraba en sus instalaciones).

Todo está asociado a inmensas sumas de dinero. A partir de esta muestra en particular, se empezó a destacar todo lo morboso, escatológico, políticamente incorrecto y aberrante. El arte contemporáneo se vio asediado por inversores, hombres de negocios, magnates y todo tipo de gente influyente. La atención de ese gran público, y su consiguiente estupor, se presentó por partida doble: por un lado se escandaliza efectivamente ante las irreverencias ( infantiles) de los artistas, pero sobretodo son las sumas millonarias las que terminarán por atraer la atención e inconformidad de la mayoría.

Mi hipótesis: es el dinero – no el arte – lo que más sacude a los espectadores e irrita a gente como Vargas Llosa . (Damien Hirst subastó sus propias obras y en una noche recaudó $198 millones – 99 billones de colones.) Que obras hechas a partir de excrementos de animales se vendan en millones de dólares, es lo que resulta desconcertante. Si fuesen mármoles apolíneos no habría tantos cuestionamientos.