Clase Ejecutiva: Pasó un Ángel

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Lo hermoso y lo terrible del teatro es que florece ante nuestros ojos tan solo para disolverse luego en la memoria. Del espectáculo que presenciamos no quedarán más que imágenes, el impacto de un parlamento, nuestra emoción, que se dejó acariciar por el gesto de un actor.

Quedarán gacetillas, fotos, si acaso una filmación, programas de mano que el tiempo no devore, cualquier cosa que los estudiosos intenten atrapar, como arena, con los puños.

Quedará lo que podamos recordar quienes hicimos teatro desde sus dos trincheras: desde la butaca y desde el escenario. Quedará aquello que tocó en nosotros y ya nunca fuimos los mismos.

El Teatro del Ángel está por cerrar sus puertas tras mantenerlas abiertas por más de 35 años. No sé de teatro independiente más longevo en nuestro país; le adeudamos ese raro milagro. Allí nos formamos generaciones de actores, hicieron sus primeras armas dramaturgos, presenció nuestro público montajes inolvidables de escritores de primera línea. Del grupo fundador, conformado por Bélgica Castro, actriz maestra de maestros, Alejandro Sieveking, autor, director y vestuarista excelso y riguroso, y Dionisio Echeverría, productor de implacable eficiencia, hoy ya ausente, solo permanece en nuestra patria Lucho Barahona, hombre de teatro absoluto, empresario tenaz, amigo de todos. Luego del retorno a Chile de sus compañeros, con el apoyo de Luis Alvarado ha administrado dos salas, ofreciendo espectáculos en forma ininterrumpida, sin conocer feriados ni reposo, en un país pequeño, sin auspicios ni añeja tradición.

Hoy el Ángel está por cerrar. La Asamblea Legislativa agrandará su sede. Con una tabla de ese escenario tendré que sostenerme el corazón.

El teatro de este país tiene un antes y un después, y esa línea divisoria lleva el nombre de un grupo cuya pasión por el arte no tenía paciencia para soportar ninguna dictadura. Le ofrecimos nuestra paz y nos entregó talento y devoción.

Pasó un Ángel. Dichosos quienes presenciamos su vuelo, porque nos bendijo.