Clase ejecutiva: Un siglo explosivo

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La historia de la música llamada clásica o académica del siglo XX está marcada por la ruptura de lo que se venía haciendo en siglos anteriores. Claude Debussy, compositor francés impresionista, se interesó más por la sonoridad de los acordes en sí mismos que por los enlaces que se producen entre ellos. Sus obras –con títulos sugerentes–, nos acercan a una sonoridad casi transparente. El ruso Igor Stravinsky introduce el elemento rítmico de manera casi primitiva. Por esta razón, el estreno de su ballet La consagración de la primavera, en 1913, causó indignación entre el público asistente. El compositor austríaco Arnold Schöenberg rompe con la tonalidad. Sus piezas ya no van a tener una nota jerárquica alrededor de la cual gira la melodía, sino que va crear un nuevo sistema llamado el dodecafonismo.

Luego de la Segunda Guerra Mundial, los cambios en la música se aceleraron. Los seguidores del dodecafonismo llegaron a una etapa mucho más codificada al crear el serialismo. Otros –influenciados por los grandes cambios sociales, crearon la tendencia de la música aleatoria– en la cual la libertad era enorme. No solo escogían al azar las notas, los timbres, los ritmos, sino que invitaban a los intérpretes y a veces hasta al público a participar en la creación de la obra, seleccionando los materiales sonoros. Reaccionando contra estas tendencias, los compositores minimalistas crearon una tendencia que proponía reducir los elementos musicales a lo esencial, lo que dio lugar a una música de pulsación estable y de insistente repetición de patrones melódicos.

El desarrollo de estudios de grabación, sintetizadores y con computadoras cambió radicalmente el mundo de la composición.

En la actualidad los compositores exploran múltiples tendencias.

Algunos citan materiales obras de otras épocas para entremezclarlo con su obra. Otros manipulan el sonido por medio de aparatos electrónicos cada vez más sofisticados. Y muchos fusionan elementos de la música popular y tradicional en sus obras.