Columna Clase Ejecutiva: Cuando todo niño sea nuestro

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Los niños se van. Se diluyen sin percatarnos cuándo ni cómo. Un día cualquier desaparecen dejando en su lugar esa prueba de fuego que la vida te impone, llamada adolescencia, superada la cual conocés el rostro por fin formado de tus hijos que, justamente, ya adultos, más que hijos pasan a ser tus amigos, quienes, con el paso del tiempo (sobre todo del tuyo), una vez abierta la dorada puerta de tu vejez de alguna forma se transforman, –oh, circular paradoja– en padres tuyos.

Los niños se van; duran menos de lo que deseábamos (o temíamos). Con ellos, nada se pospone. La vida es ya y debemos entregarles la nuestra, nuestro tiempo, más que nuestros bienes o nuestro sacrificio. El amor que nuestra presencia les prodigue será la armazón de hierro que los sostenga en la adversidad.

Estemos con los hijos. Hagamos recuerdos, que también a nosotros nos defenderán si el infortunio llega. Todo bebé que nace es inocente, reclama lo que merece y siempre tiene razón. Eduquémoslos bien: no para ser nuestro calco o lograr lo que no logramos, no para competir con angustia con sus hermanos por ser el favorito. Que todos nuestros hijos sean los predilectos. No los eduquemos para la sumisión ni para la tiranía. Amar es entregarse, pero también es corregir, y es gozar de nuestra vida para que ellos sepan que la suya vale la pena vivirla.

Un día de esta semana servirá para recordar que de todos nosotros, son ellos los más importantes. Que hay niños esclavos, niños violentados en el capullo aún no florecido de su sexo, niños bajo tortura, niños asesinados por sus padres, quienes a su vez alguna vez fueron niños destruidos.

Si individualmente no podemos amar y preservar a todos los niños, salvemos a aquellos que trajimos al mundo y luchemos cuanto podamos por los demás. Este mundo será un lugar decente cuando, por fin, cada niño que nazca sea el hijo de todos.