Columna Clase Ejecutiva: Elefantes de grafito

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Este año vio novelas costarricenses notables, como Mazunte , Condenado sin proceso , El fuego cuando te quema y Elefantes de grafito.

Quiero hablar de la más ambiciosa: Elefantes de grafito , de Warren Ulloa, una novela policial lograda, de 436 páginas. Esto es una proeza pues por razones de trama las policiales suelen ser cortas, y desprovistas de profundidad psicológica. La novela de Ulloa atrapa por la interioridad de los personajes y el magistral suspenso en que nos mantiene, y ese rasgo me recordó las magníficas novelas negras de Stieg Larssen. La compleja personalidad de Mauro –el personaje que lleva el hilo de la trama y sus múltiples subtramas–, las brutales contradicciones de Javier Brenes, la incógnita de Valeria Salazar –¿ángel o demonio?– y el mundo interno atormentado de la altruista Jacqueline. En esta novela no hay buenos ni malos, solo unos más sufridos o con mejores intenciones que otros, y con esto supera los estereotipos de las novelas de crímenes.

Sucede en la Costa Rica de hace unos ocho o nueve años y el autor, sin contemplaciones, va develando el lado oculto de cada institución, de cada cosa, de cada ser.

Inteligentemente construido, el libro funciona porque el lector va sabiendo las cosas al mismo tiempo que los distintos grupos de personajes: el OIJ, los periodistas, las autoridades gringas, etc., pero como esos grupos no siempre pueden compartir la información entre sí, al lector le toca ir armando un complejo rompecabezas y así se ve inmerso dentro del acontecer del libro.

Quizá me es particularmente afecta porque actualiza una serie de problemas esbozados en mi novela Limón Reggae y que yo en ese tiempo llamé “los conductos” (por los que viajan armas, influencias, drogas, etc.).

El lenguaje de la novela es notable.

Es otra visión de Costa Rica y Estados Unidos.