Columna Clase Ejecutiva: La Navidad no es una fecha

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.


Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.


Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

“Fumar como turra en Semana Santa” es una expresión que retrata la esencia de nuestra hipocresía: no se fornica la semana en que se rememora el asesinato de Jesucristo, pero el resto del tiempo no hay problema. La práctica religiosa usual en nuestra cultura, más que fortalecer un código de valores que por convicción se respeta, nos hace pensar en un frívolo manual de actividades sociales.

En consonancia, para recordar el nacimiento de Jesús de Nazaret, la sociedad cristiana recurre hoy día a una celebración más bien pagana: nuestra Navidad es más semejante a les festividades agrarias de la cosecha y la abundancia, que a un tradicional recogimiento espiritual.

La verdad, no está tan mal. Si ponemos aparte el extremo del frenesí consumista que tan solo conduce al angustioso descalabro de vivir por encima de sus medios, y a confundir el gozo con la acumulación de chunches; obsequiar y agasajar a las personas amadas, celebrar los logros del año y la felicidad de estar vivos, compartiendo alimentos donde regresan como una ola los afectos ancestrales, es justo y necesario. En especial si esas personas amadas son niños. La cristiandad tuvo el tino de elegir a un recién nacido como símbolo de divinidad. Traslademos esa devoción a nuestros propios hijos, porque los niños son el almácigo del mundo y la Navidad es su homenaje.

Si pudiera elegir un solo momento de mi pasado para vivirlo nuevamente, escogería cualquier Nochebuena de mi infancia: una mesa luminosa, una familia imperfecta, pero mía, nuestras mejores galas, nuestras ilusiones secretas, mi abuelo en su silla de ruedas, mis tíos, el menor de nosotros todavía bebé, y ese vínculo inaudible que nos enlaza más allá de la muerte. Que el amor que prodiguemos en esta cena se prolongue a lo largo de todo el año. La Navidad, si es verdadera, no es solo un día. Convirtámosla en una actitud.