Columna Clase Ejecutiva: Nikos Kazantzaki

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Camino a mi casillero en la universidad vi en la cartelera de Letras que un conferencista griego hablaría allí el lunes 4 de mayo sobre el escritor cretense Nikos Kazantzaki. Como una gran ola, mi amorodio por Creta me envolvió. Cuando vivía en Francia en mi juventud solía irme a Creta los veranos, en autostop y ferri. Eran tiempos hermosos, no había hoteles en los pueblos, a lo sumo una pensión. Yo buscaba a Ariadna y a Teseo, al Rey Minos, y lo que encontraba, aparte de la música y un mar tan transparente que parecía aire, eran las multitudes adorando a la Virgen María, los omnipresentes popes de larguísimas barbas, el odio a los turcos ¡y el amor a Kazantzaki!

El escritor nació en Iraklion, la capital, en 1883, bajo el dominio otomano, que terminaría solo en 1913 en Creta. Estudió en Atenas y cuando estalló la revolución rusa ayudó a trasladar a las poblaciones helenas del Ponto y el Cáucaso a Grecia –sí, esas poblaciones que Alejandro Magno había liberado de los persas–. Leyendo sus libros una siente directo por qué no hay Ariadna ni Teseo ni Afrodita en Grecia. Citando a uno de sus personajes: “Hubo un tiempo en que fueron los nuestros, los helenos, los dueños de estas tierras. La rueda de la Fortuna dio una vuelta y llegaron los bizantinos, que eran también helenos, y los cristianos. Otra vez la rueda de la Fortuna giró y vinieron los árabes...”

Fue un escritor y filósofo genial que murió sin saber que dos películas basadas en novelas suyas – Alexis Zorbas , y La última tentación de Cristo – lo harían mundialmente famoso. Enterrado en Iraklion, fuera del cementerio cristiano pues fue excomulgado por la Iglesia Ortodoxa, figura en su tumba esta frase suya: “Nada espero, nada temo: soy libre”.

Tiene novelas, ensayos, poemas y libros de viaje maravillosos. Uno de mis favoritos es Cristo de nuevo crucificado , y ojalá leerlo en una vieja editorial Argentina, como Pomaire.