Columna Clase Ejecutiva: Ver cine en Cuba

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El ritual de asistir a ver una película ha cambiado durante la historia, como nos lo muestra la célebre película Nuevo Cinema Paraíso (1988). En nuestro país, hemos pasado de las grandes salas de cine, como el Raventós, el Palace o el Rex –de las cuales solo se conservan el Variedades y el Magaly– a las multisalas dentro de los centros comerciales.

Esta mutación creó una conexión entre consumo y entretenimiento. Porque si bien ver cine comiendo palomitas de maíz es una costumbre vieja, con las nuevas salas, las palomitas no solo se han triplicado en tamaño, sino que el menú se ha diversificado.

En París, resisten a la avalancha de los multicines comerciales algunas pequeñas salitas en las que se proyectan filmes de arte. Recuerdo que después de algunos anuncios, se hace una pausa y una joven pasaba con una bandeja vendiendo helados y otros dulces. Una vez que el filme se iniciaba, no se oía una mosca.

Ver cine en Cuba es formar parte de un ritual colectivo en el que los participantes interactúan con sus vecinos de asiento y con la pantalla. El cine Yara es el más emblemático de La Habana, frente a la heladería Coppelia. Fue construido hace 67 años, tiene cabida para 1.490 espectadores y es la sala con mayor afluencia del país: más de medio millón de espectadores al año.

Durante el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, las películas más populares se exhiben en el Yara. Sin embargo, aún siendo una sala enorme, muchas personas se quedan fuera, como ocurrió en 1987, cuando se presentó la película costarricense Eulalia, de Oscar Castillo. Se vivían tiempos de cantos y la cinta era entretenimiento, una comedia sin mucha revolución.

La multitud, se enfureció y como en un concierto de rock empujó hasta que los vidrios de las puertas estallaron. Porque Cuba tal vez es el último lugar en el mundo en que el cine es como una religión.