Columna Empresas: Una vez en la vida

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Mucho se ha escrito sobre la necesidad de estructurar la comunicación bajo lineamientos acordes a las investigaciones pertinentes que dan orientación a dicha disciplina.

Muchas técnicas se ensayan para tener en cuenta el curso más idóneo a seguir en esta profesión tan cambiante como los tiempos.

Todas muy válidas y aplicables en momentos de la vida de un producto o servicio. Todas, o la mayoría de ellas, nacidas a la luz de la práctica y convertidas en teorías para documentarlas, para dar la oportunidad que otros puedan aplicarlas en sus empresas e instituciones.

Sin embargo, fundamentalmente, existe mucho trabajo profesional eficiente y satisfactorio que, particularmente, es la más verdadera fuente, tanto de éxitos como de fracasos para aprender.

Precisamente, producto de ello, nace el llamado factor sorpresa, una de las últimas teorías de las cuales se comenzó a escribir hace muy pocos años en el mundo. Aún en estudio e investigación, no hace más que poner al descubierto la urgente necesidad de utilizar la creatividad humana, inteligente y universal, para impactar de forma positiva en la mente del consumidor.

Se trata de hacer que la sorpresa supere al entendimiento o la elección racional y genere auténtica alegría en el destinatario del mensaje. Es la aceptación de una idea única y momentánea de felicidad, más que resaltar las cualidades intrínsecas de un determinado producto o servicio.

Es el amor a la vida y su consecuente acción en favor de lo que ofrecemos en la comunicación comercial. Es lograr, con un mínimo esfuerzo en el tiempo, pero con un gran capacidad de síntesis sorpresiva en la ejecución del plan, que trascienda una idea más allá de sus propios límites.

El comienzo de cada año es también parte del factor sorpresa porque nos sucede una vez en la vida, sin que nadie sepa que vendrá.