Columna Puro Vino y más: La importancia del roble

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En mi caminar profesional tuve la oportunidad de decidir si emprendía la fascinante aventura creativa de la elaboración de vinos o si, más bien, me dedicaba a promover esta cultura, tanto con fines comerciales como educativos.

Esta decisión no fue fácil, pero una de las cosas que inclinó la balanza hacia donde estoy hoy es la satisfacción que me provoca ver cómo se ilumina un rostro cuando algo de lo que uno enseña le permite entender mejor un vino y disfrutarlo más.

Esto me pasó hace poquito cuando en un curso estaba explicando la importancia del roble en el vino. Los asistentes pensaban que madurar el vino en roble era una forma de mejorar la calidad y esto no necesariamente es así. Más bien, el que yo pueda madurar un vino en roble es una consecuencia de la calidad del vino. Como bien decía mi profesor de viticultura, “el vino se hace en el viñedo” y no hay nada que uno pueda hacer en la bodega para mejorar la calidad de una uva. Lo que sí se puede hacer es echar a perder todo el trabajo y esfuerzo del viticultor por malas decisiones o prácticas, y no alcanzar el potencial que la uva nos ofrecía. Si un viñedo no está pensado para producir un vino con añejamiento en roble, el paso por madera lo único que va a producir es un vino desbalanceado, con una fruta totalmente opacada por el roble, o sea, lo que yo normalmente califico como “un palo”.

Por otro lado, en vinos provenientes de uvas de gran calidad y concentración, los cambios químicos que ocurren durante el añejamiento en roble les otorgan característicos aromas de canela, nuez moscada y especias en general, además de sabores dulces como caramelo, vainilla y coco, levemente tostados y ahumados, contribuyendo a una mayor complejidad y distinción, suavizando a la vez su textura y aportando sedosidad en el paladar. Es en esta situación en la que el roble sí es una herramienta fundamental.