Cuando se está empezando en el fascinante mundo del vino, el error más frecuente es pedirle una recomendación a consumidores habituales, que, se supone saben más que nosotros. El error está en que para disfrutar el vino uno debe, de a poquito, ir preparando el paladar. Debemos acostumbrarnos a los sabores y texturas que caracterizan a esta bebida. Los consumidores habituales ya han avanzado y puede que lo que a ellos les parezca delicioso para nosotros sea muy fuerte y más bien no agradable.
Recomiendo comenzar con lo que se denomina vinos de introducción. Estos se caracterizan por ser suaves, de niveles de alcohol bajos y un ligero dulzor. Una vez que nos acostumbramos a este sabor, podemos ir creciendo en concentración y pasar a vinos varietales o que no tengan maduración en roble. Si complementamos esta experiencia leyendo y estudiando las características de las diferentes uvas, podemos ir haciéndonos una idea de cuál nos resulta más agradable, para seguir avanzando en este entrenamiento del paladar. El siguiente paso es entrar en el mundo de los vinos con maduración en roble. Les sugiero empezar con los de precios más bajos e ir poco a poco subiendo. ¿Por qué? Porque si, por ejemplo, estamos probando Malbecs y esta es la uva que más nos gustó, casi siempre, salvo ciertas excepciones, mientras más alto el precio, mayor será la concentración, potencia y complejidad del vino y, por lo mismo, será más difícil de disfrutar por alguien que está en proceso de educar su paladar. Posteriormente podemos lanzarnos a probar diferentes uvas, orígenes y estilos, para determinar qué es lo que más nos gusta.
Ahora sí, cuando ya hemos formado nuestro paladar y nuestro gusto personal, debemos aprender y atrevernos a confiar en él. No debemos nunca olvidar que el consumo de vino es una experiencia completa y absolutamente subjetiva. Lo que a mis amigos les guste, lo que salga con los mejores puntajes por los críticos de vino o lo que esté de moda, no necesariamente es lo que tengo que tomar.