Cuando Heredia sabe a España

Después de ser diácono y fraile, Vicente Aguilar se convirtió en el chef y dueño de la Lluna de Valencia

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Vicente Aguilar irrumpe con voz fuerte y decidida en el restaurante que hace honor a su ciudad natal y que inauguró en Costa Rica desde 1996.

A sus 64 años proyecta su voz con una facilidad envidiable y la combina con evidente fluidez de palabra. Al enterarnos de que fue diácono y fraile durante sus años de juventud fue fácil comprender esas destrezas.

Es licenciado en filosofía y pedagogía, en teología y filosofía y un día anunció que no ejercería como sacerdote, aunque fue diácono desde los 23 hasta los 30 años.

Optó por irse a trabajar con la gente del campo como obrero de construcción y hasta laboró como técnico en instalación de gas y de agua.

A Costa Rica llegó por “chiripa y por casualidad”, pues viajó al país para recibir un curso de economía y política y de teología y sociología con quien sería posteriormente su suegro.

Aquí conoció a su esposa y después de unas visitas a El Salvador y República Dominicana, regresó a Costa Rica sin saber exactamente qué iba a hacer aquí.

Vicente Aguilar se describe como un trotamundos que terminó clavando sus pies, su pasión y su familia en una montaña herediana.

Al subir al escenario de la Lluna de Valencia es como si iniciara una predicación, y entonces el restaurante se convierte en su púlpito. Al final los comensales no tienen por qué saberlo, pero quien canta desde el escenario al ritmo de compases españoles fue hace más de tres décadas un predicador.

Creció en Meliana, a unos 5 km de Valencia, un lugar rural y campesino, como sus padres.

Un paseo de 40 años

Quedarse en Costa Rica fue una de las decisiones más sabias que ha tomado en la vida, según dice.

Le gusta el país por la vocación de paz, democracia, la ausencia de ejército y la estabilidad económica y jurídica.

La cocina siempre fue su hobby y el restaurante es el resultado de una pasión, y de la ilusión y esfuerzo investigativo acerca de la cocina mediterránea.

Con risas abundantes, Vicente asegura que la formación de los frailes lo ha influenciado en muchas áreas de su vida y ha resaltado ciertas cualidades, entre ellas hablar bien, cantar y convencer a la gente.

El empresario español hace teatro, conciertos, canta y va de mesa en mesa invitando a los comensales a llegarle a la “bota”, para probar el vino.

El acto se convirtió en una tradición, pues él mismo se encarga de que todos los visitantes prueben “la bebida de los dioses”.

Se describe como una persona muy sociable y amante de compartir con la gente. Lo sorprendimos, de hecho, en una fiesta para los adultos mayores de la comunidad.

Dice que lo que más le gusta de Costa Rica es la gente y que cada vez que visita su país natal recuerda lo agradables, educados, respetuosos, afables y simpáticos que son los costarricenses.

Le gusta leer, caminar y ahora se encuentra en un periodo de reencuentro con su pasado agricultor. Está haciendo una huerta orgánica, criando patos y codornices.

El nombre del restaurante lo escogió como respuesta a una frase española, que se refiere a “estar en la luna, estar enamorado, un poco perdido”.

Su comida favorita es el pescado y las verduras, y su bebida favorita no lo deja a la imaginación: el vino.

“Empecé a beber vino desde que tenía 3 ó 4 años. La Coca Cola por ejemplo, la probé al cumplir 30 ”, dice entre risas.

De Valencia, hecha de menos el olor de la flor de los naranjales y la brisa del Mediterráneo.

Extraña también no tener el tiempo suficiente para escribir o leer.

Cuando le preguntamos qué se le ha quedado sin hacer, Vicente asegura que ha conseguido prácticamente todo lo que ha querido.

Lo que pide ahora es más tranquilidad y serenidad para resumir todo lo que ha vivido y que se convierta en un testimonio de esperanza en un mundo donde todo es prisa.

“Quiero escribir y dejar la experiencia de lo que ha sido mi vida, o sea una novela. Quiero que sea algo gracioso y sugerente, porque así ha sido mi vida: una aventura”.

–A usted no lo imagino de sacerdote... lo increpamos mientras disfruta de los sabores que repara la bota.

“¡Yo sí! Fui un poco rebelde, pillo, pícaro, pero consecuente con lo que creía”, se defiende.

Actualmente asegura que es creyente pero no practicante porque los curas de ahora “no le dicen”.

Extraña predicar, pero ahora lo hace desde su restaurante.

“Ahora predico sobre terapia gastronómica. Hablo sobre lo que significa amarse y quererse a través de la comida, porque ahora nadie tiene tiempo para comer y eso es un grave error”.

Con los sabores fuertes a cebolla, limón, vinagre y aceitunas, Aguilar asegura que el secreto está en pensar para quién se cocina, pues se trata de un arte y requiere saber a quién se le dedica.

Esa es su plataforma para acercarse a la gente. La bota y los cantos son solo pretextos, pues él deja ver sin pudor un ADN con los sabores, olores y colores del Mediterráneo.