En el taller de Carlos Poveda

Carlos Poveda, artista costarricense radicado en París, nos abre las puertas de uno de los lugares más íntimos de su vida: su taller

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.


Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.


Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Visitar el taller de Carlos Poveda es ingresar a un territorio cuasi sagrado. Acá hasta los materiales más insignificantes son tratados con el más alto de los respetos. Cada uno tiene un sitio especial, algunos están protegidos y otros, los ya transformados, cuentan con un soporte que los sostiene.

En este lugar, ubicado a tan solo 20 kilómetros de París, en la ciudad de Villiers sur Marne, se respira quietud, muy a pesar de la fuerza y el movimiento inquieto del trazo y de las formas povedianas.

No hay ventanas, pero lo que nunca falta son las melodías. "A mí me gusta mucho escuchar música clásica cuando trabajo, pero la verdad que también escucho todo tipo de música", relata Poveda mientras muestra su radio, que en ese momento sintoniza la frecuencia de radio Clásica.

El sitio mide un poco más de 50 metros y se encuentra en el sótano de su casa de habitación. Una mesa central actúa como eje y como cómplice de todos sus proyectos artísticos. Hay pinturas, telas, esculturas, metales, semillas, piedras, plásticos, desde luego, un sinnúmero de obras de todos sus periodos artísticos, debidamente identificadas.

En los momentos de concentración máxima, este "pequeño laboratorio de experimentos" le brinda la posibilidad al artista de cerrarle la puerta a los ruidos del exterior y sumergirse largas horas en sus creaciones. "Mucha gente me dice que mi taller les hace pensar en un quirófano", confiesa don Carlos entre risas. "Primero por la limpieza, porque tengo que confesar que soy un poco obsesionado con el tema; pero también por mi forma de transformar los objetos y por las horas que paso acá cuando estoy haciendo o rehaciendo alguna de mis obras".

Y es que si se miran más de cerca las realizaciones del artista, se podría decir que los objetos que entran en esta "sala de operaciones", cambian de apariencia, de uso y hasta de significado. Ese deseo de transformar y reconstruir las forma como las percibimos es una de las características más sobresalientes de este autodidacta, que desde muy temprana edad decidió buscar nuevas maneras para expresarse, transgrediendo las reglas.

"Yo descubrí que dándole vuelta al pincel, las líneas adquirían más fuerza, lograban transmitir una emoción". Este es el caso, dijo mostrando una de sus obras: del Shamán de Quiriguá, de 1972, un dibujo sobre papel de 48 x 57 cm, representativo de sus primeros pasos con el dibujo. La obra, todavía protegida con varios cartones, fue presentada en la última exposición que se realizó en el Museo de Arte Costarricense, entre noviembre de 2014 y febrero de 2015 y que llevó por título De dónde vengo y a dónde estoy.

Junto a esta obra descubrimos otra, que sigue a medio desempacar y que se llama Shaman azul y que también formó parte de la exposición. A diferencia de la obra anterior, esta es una escultura pequeña, de colores vivos que captan la atención inmediatamente.

"Siempre me ha llamado mucho la atención la figura de los chamanes", afirma don Carlos mientras muestra la escultura. "El misticismo es un tema recurrente en mis trabajos. Esa relación directa entre el hombre y divinidad, tan presente en diferentes culturas, sobre todo en la latinoamericana, es lo que me apasiona".

Observando con detenimiento la trayectoria de Poveda, se podría concluir que este chamán azul es el símbolo de un retorno inminente del artista a la figura humana.

Poveda inició sus primeros años dibujando personajes imaginarios con fuertes rasgos expresivos. A diferencia de los dibujos en blanco y negro, estos nuevos objetos chamánicos insinúan formas y esconden gestos.

Lo interesante es que, 42 años después, el artista saca el chamán del papel y lo hace objeto, como si la misma magia de esta figura hiciera posible el milagro. Es un juego travieso que don Carlos ha logrado con astucia durante toda su carrera.

Cada uno de sus trabajos artísticos tiene una relación con el anterior y todos siguen una especie de continuidad. Ya sea porque se complementan o porque de alguna manera intentan salirse de sí mismas y crecer en nuevas direcciones.

"Cuando me fui a vivir a Venezuela, a finales de los años 60, descubrí un nuevo ambiente pictórico, que me llevó a experimentar con nuevos materiales (maderas, telas, plásticos). De ahí inicié una nueva investigación y me di permiso de crear paisajes con color. Fue como dar un salto al vacío en ese momento. Un cambio de técnica, pero, sobre todo, de creación. Ya para 1975 la idea del paisaje surge. Las pinturas se convirtieron en cuadros y estas a su vez en esculturas de pared. Incluí arena, hierro, mecate, madera para crear un universo sensorial de luces, sombras e insinuaciones".

Rebuscando en el catálogo de obras que el artista nos muestra en su taller, descubro también que para la década de 1980 Poveda logra una nueva colección, esta vez en tonos blancos, que denominó Paisajes silentes. Con estas creaciones, utiliza la dualidad del blanco y negro en sus obras, pero esta vez incluye texturas y formas más simbólicas, dándole relieve a sus producciones. Las obras de este periodo de trabajo son verdaderos "cantos a capela".

De estos paisajes un elemento sale a relucir: el árbol. Esta figura se vuelve tan imponente, que el artista decide nuevamente sacarla del marco y darle vida. Son los árboles los ejes que unen el cielo con la tierra en sus paisajes y que le devuelven a Poveda la posibilidad de trabajar con la figura humana fuera de ellos. Es así como cada árbol se vuelve una persona.

Nacen figuras hechas en polietilenos, resinas y metales.

"Mis árboles no tenían frutos visibles. Fueron apareciendo poquito a poco. Un día esos frutos se caen y devienen alimento. De ahí inicié con esos frutos caídos creando mis platos gastronómicos o bodegones".

Venezuela. Los bodegones gastronómicos son para el artista un soporte de creación. Su geometría permite desarrollar una propuesta expresiva y sugerente, lo que permite así diferentes lecturas. Este plato es el primero que realiza el artista, surge de semillas encontradas en las playas del mar Caribe. Lo realizó en la mañana en su taller en Venezuela y por la tarde encontró su primer comprador.

Dibujo, pintura, escultura, fotografías, siguen apareciendo espontáneamente durante la visita a su taller. Además de los premios y reconocimientos, don Carlos enumera uno a uno la lista de exposiciones temporales y permanentes a lo largo y ancho del planeta en las cuales ha tenido la oportunidad de participar. La lista es extensa y llena de sorpresas. Y es que en su vida de artista hay tantas técnicas plásticas como visuales. Disciplinado e incansable, pero sobre todo apasionado, don Carlos sigue investigando a diario para lograr nuevos objetos.

Artista contemporáneo, como él mismo se define, tiene muy clara la importancia de adaptar su trabajo e incursionar en nuevos territorios artísticos, con materiales modernos y propuestas actuales.

"En estos momentos preparo mi viaje a Costa Rica donde espero quedarme una temporada, y en donde me gustaría compartir mis experiencias con artistas más jóvenes. Pero además tengo entre manos la culminación de una nueva escultura que llamaré El alquimista. Un chamán que sigue buscando la piedra filosofal, un poquito como yo, todos los días en mi taller", afirma entre carcajadas.

El artista

Carlos Poveda nació en San José, Costa Rica en 1940. Realizó sus primeros estudios en San José y Cartago, y tuvo una especialización artística en los Estados Unidos (Printmakers Workshop, Washington D. C.), Polonia (Universidad de Lodz) e Inglaterra (Camden Arts Centre, Londres). Actualmente vive y trabaja en Francia.

En la década de 1960 dio inicio a su proyección internacional promovido por el "Grupo Ocho" de pintores y escultores costarricenses, y la División de Artes Visuales de la OEA en Washington D. C., en exposiciones individuales y colectivas a través de Latinoamérica. En 1968 se estableció en Venezuela, donde ejerció la docencia artística en las Escuelas de Artes Plásticas de Caracas, Maracay, y en el Instituto Universitario Pedagógico de la capital venezolana.

Premios recibidos. En 1965, obtuvo la Mención Honorífica para Dibujo de la VIII Bienal de Arte de Sao Paulo, Brasil, y el Premio Nacional de Pintura de Costa Rica. En el 2004, recibe el Premio Nacional de Escultura de Costa Rica, y en el 2005 el Premio Único Francisco Narváez de la VIII Bienal de Escultura Francisco Narváez en Venezuela.

En el 2013 recibe el Premio del Senado Francés por su trayectoria como artista latinoamericano. En el 2013, un jurado del Museo de Arte Costarricense le otorga el "Premio Teodorico Quirós Alvarado", por su trayectoria destacable.

Ese deseo de transformar y reconstruir las formas como las percibimos es una de las características más sobresalientes de este autodidacta, que desde muy temprana edad decidió buscar nuevas maneras para expresarse, transgrediendo las reglas.

"El misticismo es un tema recurrente en mis trabajos. Esa relación directa entre el hombre y divinidad, tan presente en diferentes culturas, sobre todo en la latinoamericana, es lo que me apasiona".

Artista contemporáneo, como él mismo se define, tiene muy clara la importancia de adaptar su trabajo e incursionar en nuevos territorios artísticos, con materiales modernos y propuestas actuales.