Escargot otorga tres caracoles al restaurante Domenico

Otro restaurante italiano en San Pedro

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Hay tantos restaurantes italianos en la Gran Área Metropolitana, que siempre que aparece alguno nos preguntamos qué lo hace diferente, qué segmento del mercado podrá conquistar. Con esa inquietud nos acercamos a Plaza Antares, donde recientemente abrió sus puertas Domenico. Ya existía en Escazú, con ese mismo nombre, pero decidieron abrir un gemelo en el este de la ciudad.

El ambiente es agradable, con el clásico mantelito de cuadros rojos (en material impermeable y con servilletas de papel). Los detalles de la decoración bien cuidados. Menú y precio no muy diferentes del de otros de similar aliento. Con aciertos y altibajos.

Nuestra segunda visita fue en compañía de Ana C. Rojas Calderón, periodista, novelista, poeta y doctora en educación.

Entradas

Cazuela de pulpo. Llegó demasiado caliente, con el aceite aún hirviendo, pero cuando se pudo comer, estaba rica. El marisco suave y gustoso.

Funghi trifolati. Receta piemontesa de hongos cocidos con mantequilla, ajo y perejil. Porción generosa, pero parece más apto como relleno o guarnición, que como entrada.

Ensalada caprese clásica. Rodajas de tomate con tajadas de mozarella fresca y albahaca. Justo lo que describía el menú. Ni más, ni menos.

Ensalada de espinacas con queso feta. Demasiadas espinacas, frescas, no especialmente aliñadas (en la mesa había aceite de oliva y vinagre), con bastante tomate encima, espolvoreado con queso feta.

Platos fuertes

Entraña (porción de 300 gramos). Inesperadamente vino en salsa de hongos; gusto agradable.

Tríptico de pasta. Compuesto de tres porciones medianas: lasaña de carne, pasta corta con hongos y ravioli de espinaca. El emplatado pudo haber estado mejor, lo mismo que la pasta –estaba apenas tibia– pero los otros dos, bien.

Risotto de hongos portobello. En caldo de hongos porcini, con parmesano y mantequilla. Cremoso y con hongos abundantes. Bien confeccionado, aunque no nos ofrecieron parmesano.

Salmón con camarones. Vino a término medio, como se pidió. Bien sellado y sabroso, al igual que los camarones; la salsa que lo acompañaba estaba un poquito pasada de sal.

Postres

Semifredo del almendras. Cremoso, bien logrado… todo iba bien hasta que apareció una tira del plástico con el que se le da forma antes de refrigerarlo.

Torta de zanahoria. Cumplidora.

Cassatta. Ni remotamente excepcional. No goza de identidad propia, ni por lo singracia de los sabores y texturas del helado, ni por el uso de cerezas de frasco.

Delikatessen

Leches no leches

—De soya: muy utilizada, pero hay que consultar a los especialistas, porque cuando no está fermentada puede dificultar la asimilación de algunos nutrientes y afectar el nivel de estrógenos.

—De burra: contiene menos caseína, una proteína a la que muchos son intolerantes. Algunos nutricionistas la recomiendan por ser menos indigesta y más fácil de asimilar.

—De coco: la menos azucarada de las de origen vegetal, que suelen tener un alto índice glicémico.

—De almendras: por ser oleginosa, es baja en azúcar, tiene fibra y ácidos grasos buenos.

—De ajonjolí: contiene minerales, calcio y ácidos grasos insaturados y es baja en azúcar.

A tomar en cuenta

Para el establecimiento

—No es aconsejable usar el perejil como adorno en casi todos los platos. Resulta negativo, porque da una aparencia poco cuidada y no aporta nada a los sabores de los ingredientes principales.

—Un error como el de dejar un trozo de plástico en el semifredo no puede repetirse.

Para los clientes

—Se recomienda siempre ordenar la entraña término medio rojo o medio, ya que con menor cocción resulta difícil de cortar, por las fibras y tejidos.

—Los precios están dentro del rango de otros establecimientos similares.

Calificación: Tres caracoles

Dra. Ana Rojas. Escribir pegada a las raíces

La Dra. Ana Rojas Calderón, es licenciada en periodismo de la Universidad de Costa Rica. Obtuvo una maestría en Estudios del Desarrollo en la Universidad de Ginebra, Suiza; y un doctorado en Educación en la Universidad de La Salle. Ha publicado innumerables artículos en periódicos y revistas, así como folletos sobre temas diversos. Su libro sobre etiqueta y protocolo es texto en la Universidad Creativa.

Su primera novela, “Delirio de mil amores” [EUNED, 2000], fue muy bien recibida por la crítica. Y recién publica la segunda, “Lucía alucina”, que se puede conseguir a través de Amazon.

Nativa del cantón de Acosta, ama la naturaleza y tiene una gran pasión por el cultivo de plantas. Dedica gran parte de su tiempo a escribir, pero sin dejar de lado su gratificante relación con su entorno rural.

El otro menú

Un almuerzo con la Dra. Ana Rojas, periodista, con una maestría en Estudios del desarrollo de la Universidad de Ginebra, Suiza, y un doctorado en Educación de la Universidad de La Salle, es siempre sorpresivo, por la cantidad de temas que maneja con soltura y seriedad, y por el hecho de estar continuamente trabajando nuevos y apasionantes proyectos, con la modestia y llaneza que la caracterizan.

Comenzamos indagando sobre su relación con Europa, en donde residió por varios años.

—Usted vivió mucho tiempo en Europa. ¿Qué es lo que más extraña del llamado ‘Viejo continente’?

—Extraño sentarme al frente de los lagos y meditar viendo las gaviotas planear sobre el agua. Extraño la cultura peatonal; y, muy especialmente, la música y el espectáculo, pues los domingos se atraviesa un bosque o se va por senderos y de pronto hay un parque donde está una orquesta o una sinfónica ejecutando melodías en medio de la naturaleza. La música siempre me ha movilizado, pues fui la hija de un músico que nos dormía solfeando. Todos mis tíos paternos fueron músicos, mi bisabuelo Benjamín, hermano del Benemérito de la Patria don Pilar Jiménez Solís [1835-1898], fue un gran músico y mi tío abuelo Onesífero Jiménez también. Ahora, una gran cantidad de sobrinos son músicos. Cuando me topo una procesión con música o veo un concierto del tipo "retreta" me salen lágrimas del tamaño de garbanzos. Vivo en Acosta donde, como dice el dicho: “si se levanta una piedra, aparece un músico”.

Actualmente, está usted un poco alejada del trabajo periodístico y más dedicada a escribir novelas. ¿Qué tienen en común ambas labores?—Poco. Las novelas, o los libros de temas más profundos o desarrollados, son más sustanciosos y satisfacen más. Hay más libertad de ser una misma. En un libro se maneja mejor el protagonismo, que suele desbordarse en el trabajo diario masivo de un periódico, por ejemplo. En común ambos tienen el oficio de escribir, pero digamos que en los dos la dosificación de la propia adrenalina es diferente.

—Después de viajar mucho, tomó la decisión de regresar a vivir a su pueblo natal, San Ignacio de Acosta. ¿Se logró adaptar con facilidad a la vida rural?

—Desde hacía algunos años plantaba allí mi jardín y deseaba darle continuidad. Me resulta muy grato cuando florece un ‘jacarandá caucano’ que hay en la propiedad, o algún ‘corteza’ y los lirios estacionales son siempre una sorpresa. Me ha ayudado mucho a adaptarme el participar como voluntaria en distintos comités y proponer soluciones. Me agrada cuando una de mis propuestas se concreta y he llegado a valorar mucho los conceptos macro. Pienso que sin ellos se pierde el norte y solo se dan microsoluciones paliativas. También la amistad es un valor en “mi planeta” personal, como le digo. Es que a veces pienso que vivo en otro planeta, pero inmediatamente agrego que en él hay amistad y hay mucho amor. Eso vive latente siempre donde quiera que se esté. Así que comparto algún tiempo con mis amistades y siento mucho amor hacia la naturaleza, el paisaje y lo viviente. Aprovecho mucho las escenas para hacer fotografías.

—Usted tiene un vivero y dedica parte de su tiempo a sembrar. ¿Cómo describe ese aspecto de su vida?.

—Es un vivero informal, en realidad, pues no puedo dedicarme a atender clientes individuales. Lo hice con fines varios: tener mis propias plantas para ir ubicándolas en el terreno, y para donarlas a algunas escuelas o espacios públicos, en distintos momentos. Allí llegan maestras a llevar algunos arbolitos para el día del árbol, por ejemplo. Pero es algo también motivado por una curiosidad infantil. Recuerdo haber ido a la casa de don Juan José Carazo [1889-1979] y verlo con sus cajones de plantas y experimentos botánicos, dibujando las hojas y escribiendo en cuadernos. Desde muy pequeña reconozco -aún en cotiledones- el tipo de planta que ha nacido”.

—Ha incursionado usted en temas de moda y etiqueta y protocolo. ¿Encuentra que los cambios que han ocurrido en las últimas décadas en esas temáticas son profundos?.

—Los cambios son considerables, pero noto la ausencia de una etiqueta y protocolo de lo latinoamericano. Cuando nos visitan en nuestros países latinos las gentes de otros continentes, no saben cómo se come un gallo de papa, una ayaca, una arepa, un gallopinto, o una olla de carne, ni las comidas chino-latinas. Nosotros tampoco sabemos muy bien cómo servir y conducir una mesa con nuestras propias creaciones culinarias, en su forma, no adaptada a cánones externos. Pienso que a la par de conocer la etiqueta y protocolo de origen grecorromano deberíamos contar con suficiente teoría y práctica de nuestra americanidad en los hábitos más importantes. En cuanto a la moda, dirigí algunas tesis sobre diseño, pero me interesa más cómo fenómeno observable, su semiótica, pero no como objeto de estudio. Aunque sí estimulo a muchachos y muchachas que rescatan lo autóctono y lo conceptualizan hacia propuestas contemporáneas. Lo que lamento es no saber coser.

—¿Qué razones la han llevado a escribir novelas, y cuáles son los temas centrales de ‘Delirio de mil amores’ y de ‘Luciana alucina’?.

–Tengo una pasión extraordinaria por la ficción. Desde niña escuché muchos relatos. Cuando debí quejarme de alguna situación, lo hacía por escrito, en una forma tan dramática, que siempre me daban la razón. En mi juventud fui la Secretaria del Concejo Municipal de Acosta y siempre alabaron las actas que redactaba. Pero lo que más me ha gustado de la ficción es, después de un tiempo, corroborar que escenas o situaciones descritas en ficción se acercan a lo real. Siempre he pensado que todo es ficción. Cualquier evento, recreado o interpretado, ya es ficción, está permeado por el relato mismo. ‘Delirio de Mil Amores’ se inspira en la aventura de dejar las urbes para construir un pueblo nuevo. Tiene la magia de la vida desenrrollándose de adelante hacia atrás y a la inversa. Es una historia de pioneros dejando la vida menos incómoda para dejarse seducir por la belleza escénica y construir una cultura con bases urbanas, pero mediatizada por la ruralidad.

—¿Sueños sin realizar? ¿Proyectos a mediano plazo?.

—Entre mis proyectos para el futuro están continuar con una novela que trata de música y café, que ya tengo empezada. Ordenar la poesía que he escrito, para ver si me puede interesar publicarla. Continuar con los comités cantonales en que participo. ¡Experimentar! Me gusta experimentar, como inventar algún tipo de licor saborizado. Me gusta hacer licor de jocotes, de hierbas, de naranja... Ver más a mi nieta. Y a la que viene en camino. Dedicarme a caminar un poco más, pues cada vez que me siento por épocas a escribir intensamente, gano peso. Y no del peso bueno, sino del que afecta la salud. En fin, siempre tengo proyectos, pero son de gratificación momentánea, pequeños, de los que no trascienden. Solo de momento y oportunidad.