Escargot: Restaurante La Luz

Una opción renovada en Santa Ana.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.


Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.


Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Lindo mediodía de verano en el restaurante La Luz, en el Hotel Alta, en Santa Ana. Con otro dueño, ha sido repensado y ofrece un ambiente acogedor, con decoración impecable y rincones gratos. En la segunda visita nos acompañó el escritor e investigador de literatura infantil, docente universitario y licenciado en Educación, Carlos Rubio, quien como cuentacuentos visita con frecuencia las diversas escuelas del país, en contacto permanente con la niñez.

Entradas

Crema de pejibaye. En la versión en español, la carta decía “crema” y en la primera visita llegó espesita. En la segunda, muy líquida, correspondiendo más a la versión del menú en inglés, que hablaba de soup . Si se desea mayor textura, debería colarse muy bien para evitar trazas fibrosas y podría agregarse pejibaye en trocito.

Tiradito de corvina. Tipo carpaccio , con el pescado cortado finísimo, en salsa de chile picante. Refrescante, ligero y gustoso.

Ensalada de palmito, con aguacate, tomate, yogur natural, aderezo de chile morrón y adorno de cebolla. La vinagreta, sabrosa, le puso alegría.

Carpaccio de salmón ahumado. Con cebolla morada en pluma. Aderezo excesivo, con demasiada identidad, le resta protagonismo al plato.

Platos fuertes

Fettuccine alla genovese. Con pesto [ajo, aceite de oliva, piñones, albahaca fresca y parmesano reggiano ]. Generosa y en su punto de cocción esta receta, cuya salsa en otros tiempos se preparaba en mortero.

Ravioli rossi. Rellenos con queso ricotta , espinacas y almendras, en salsa de tomate. De gran tamaño, más se dirían “raviolones”. Porción grande con salsa contundente.

Pechuga de pollo a la parrilla. En salsa de maracuyá, con croqueta de yuca y vegetales grillados . La carne estaba seca y la salsa no lograba mejorar ese detalle.

Corvina del Pacífico, con camarones y mejillones. Un trozo de pescado de buen tamaño y agradable al paladar. Los camarones pasados de firmes.

Postres

Trío de crème brûlée. Tres porciones de degustación: una con sabor a romero, estupenda; la otra muy picante; y la tradicional bien realizada.

Cheesecake de Baileys. Notorio sabor al licor dublinés que le da el nombre. Especial para aficionados a esa crema irlandesa de whiskey que fue la primera en el mercado.

Pie de limón. La versión clásica, bien.

Pie de pecanas. Acaramelado el relleno y la pasta crujiente, con el toque exacto de dulzor.

El otro menú

Carlos Rubio

Artista de la palabra

Nuestra segunda visita al Restaurante La Luz, en compañía del escritor y especialista en literatura infantil Carlos Rubio, nos permitió tratar temas de gran

interés, dada su cordialidad natural, su simpatía y su dominio mágico de la palabra, que también se manifiesta en su faceta de cuentacuentos. Aunque ha

recibido múltiples premios y distinciones, entre ellos el Premio Joven Creación en Poesía (en 1984, a los 16 años) y el Premio Carmen Lyra de Literatura Infantil y Juvenil (1990) y que sus obras llevan varias ediciones, en el país y en el extranjero, él no pierde su norte. Resumo nuestra charla para ustedes.

¿Cómo puede un escritor adulto mantenerse sintonizado con el universo de la infancia?

—“Por medio del continuo ejercicio de vivir internamente esa niñez perenne, ese deseo de travesear, explorar, curiosear. Es importante no subestimar las capacidades de las personas menores, pues pueden manifestar mayor inteligencia que las adultas porque son francas y no están sujetas a las presiones de lo que la sociedad espera o desea de ellas.

Todo niño es, en sí mismo, un artista que experimenta, elabora, destruye y vuelve a empezar de nuevo. El artista se parece a un niño que continuamente observa las múltiples potencialidades de su lenguaje. Por eso, niño y artista se comunican porque aspiran a decir, sin recato, lo que

sienten. Tal como lo señala María Elena Walsh, “el lenguaje de infancia es un secreto entre los dos”.

¿Tiene recetas para escribir de manera que agrade a su público infantil?

—“Ninguna receta. Y si tuviera que mencionar alguna estrategia de trabajo diría que se llama “Andersen”; ese escritor danés es mi continua referencia. Él convirtió en poesía su experiencia y no se amainó por la dureza con que fue tratado. Hijo de un zapatero y una trabajadora doméstica, nacido en una zona marginal de su reino, señalado por su dificultad para hablar y su fealdad física, recreó genialmente ese dolor y lo convirtió en narrativa que trascendió en el tiempo: La Sirenita, La Reina de las Nieves, La vendedora de fósforos o El intrépido soldadito de plomo.

En mi caso, primero que todo me fundamento en mi propia experiencia como lo hacía, en el siglo XIX, el autor de El patito feo. Trato de convertir en poesía lo que vivo día a día y nunca escribiría un cuento o una novela que no emane de mi sentir, de lo que me conmueve, lo que me causa inquietud. Y trato de no descuidar el oficio de la lectura. Un escritor es un ser que lee la palabra y el mundo con convicción. Mi universo íntimo es mi biblioteca que en mucho se parece a mí mismo. Mis anaqueles están siempre desordenados, los libros brincan de un sitio a otro sin sosiego.

Sin embargo, allí termino encontrándome; es el bosque enmarañado de las palabras y las ilustraciones; es el sitio donde abundan los duendes, las perversas brujas y las bondadosas hadas”.

¿Es la literatura infantil una zona de confort para los escritores del género?

—“No, la literatura infantil no es ninguna zona de confort; por el contrario, es un duro campo de trabajo. En nada se parece al escenario acaramelado y cursi que muchas personas creen que es el mundo de la niñez. Es la buena creación poética en la que se evidencia, de manera descarnada, las áreas más luminosas y las más oscuras de los seres humanos. Así fue desde la antigüedad con los cuentos maravillosos: las hadas del bosque podían representar el amor maternal y las madrastras, los gigantes, los lobos y las hechiceras, los seres más destructivos y tenebrosos, capaces de devorar infantes.

La literatura infantil se dirige, por sobre todo, a las niñas y niños y hace esfuerzos por reflejar sus vivencias, sentires, temores o angustias. Pero no puede olvidarse de las personas adultas. Son las madres, los padres, los abuelos, los profesionales en educación, estudios literarios, bibliotecología o psicología, quienes recomiendan la lectura de los libros”.

¿Ha tenido algún mentor en especial?

—“Por supuesto, los mentores nos marcan, nos forman con la corrección de nuestros escritos, las recomendaciones de lectura y el ejemplo. Yo digo que tengo un “hermano mayor en los libros”, que es el filólogo Mario Alberto Marín y un “padre literario”, el escritor Alfonso Chase.

Cuando yo tenía quince años escribí mis primeros poemas. Los entregué, pasados a mano en un cuaderno, a Mario. Él me los devolvió una semana después con la nota en la primera página, “esto no es poesía”; esa fue mi primera crítica literaria, la que podía desmotivar a un adolescente. Sin embargo, el filólogo me ofreció el reto de leer y me facilitó libros de poetas costarricenses, consolidados y emergentes.

Dos semanas después me escribía en la portada de un puño de hojas que le entregué: “Esto, al menos, sí es poesía”. Fue un gran avance logrado en poco tiempo. Guardo amistad y gratitud con Mario; él me explicó qué era un lugar común o una cacofonía. Me hizo ver que un escritor debe ser, por sobre todo, un lector”.

¿Y cómo surgió su amistad con Chase?

—“Había leído sus libros de poesía y prosa con fervor y deseaba conocerlo. Recuerdo el susto con que atravesé las puertas del apartamento en el que vivía, “Castalia”, detrás del Museo Nacional. Traspasaba unas puertas traslúcidas que resguardaban su imponente biblioteca, un gnomo de madera y los retratos de los personajes que siempre lo han guiado: don Joaquín García Monge, Yolanda Oreamuno, Fidel o el Che Guevara.

Eran breves habitaciones atiborradas de juguetes artesanales, pilas de papeles, afiches, almohadones, santos, telas de colores y en las que todo estaba impregnado por el aroma del tabaco de la pipa que el poeta fumaba sin parar.

Alfonso hizo señalamientos en mis primeros poemas con un lápiz de grafito azul, el mismo que en esa época se utilizaba para hacer correcciones a las ‘galeras’ de los libros, justo antes de una publicación.

Fueron meses de interminable aprendizaje. Me prestó un ejemplar de ‘Cartas a un joven poeta’ de Rilke y me obsequió libros de Rimbaud, Flaubert o Borges que hoy son piezas invaluables de mi biblioteca. Fue él quien me facilitó los primeros libros de autores de literatura infantil del siglo XX: la cubana Dora Alonso, el italiano Gianni Rodari, el norteamericano Maurice Sendak o el español Antoniorrobles. Y me instó a participar en el primer encuentro internacional sobre literatura para la niñez que se realizó en la Biblioteca Nacional en 1987 y me advirtió la necesidad de acudir por primera vez a una Feria Internacional del Libro.

Por ese motivo fui a Guadalajara, México, en 1990. No, no es un mentor, es un amigo, un hermano y un padre, eso es Alfonso Chase”.

¿Cómo se describiría a sí mismo?

—“Soy un artista, un trabajador de la cultura. Insisto en leer cuentos de hadas de diferentes regiones del mundo y en ensayar la narración oral de un cuento hasta el cansancio por el respeto que le debo al público. Me molesta cuando me minimizan como un niño o cuando, de manera sarcástica, me llaman ‘Carlitos’ como si realizara una labor que solo interesa a gente ‘pequeña de tamaño y sin posibilidades críticas’. Nada de eso; soy un profesional que hace la labor día a día con una pasión mayúscula que a veces quita el sueño.

Por lo demás, soy un hombre que bebe el café cada mañana con el periódico en la mano; hace dibujos que a nadie enseña, colecciona portales de diferentes países, toma una copa de vino tinto cada noche e insiste en cumplir con una rutina semanal de ocho horas en un gimnasio, tal vez para tratar de olvidar ese inacabable mundo de niñas y niños”.

Y termina de manera contundente:

—“Ni científico ni maestro; soy un artista de la palabra oral y escrita y con eso es suficiente”.

Dado su éxito –editorial y personal-, claro que lo es.

Recomendación de lectura

—Carlos Rubio, “La mujer que se sabía todos los cuentos” (San José, Editorial Noma, 2006).

Delikatessen

—Crece la tendencia a dar importancia al enlace entre necesidades alimentarias y trastornos emocionales. Dentro de esa línea, han surgido profesionales que son a la vez nutricionistas y psicosomatólogos.

—Es de su conocimiento que ha surgido el énfasis en el consumo de ciertos productos, entre ellos los pescados grasos –como el salmón y la sardina–, por ser fuente de ácidos omega 3, que trabajan sobre el sistema nervioso; y el chocolate negro, especie de chaleco protector contra los radicales libres, que contiene magnesio, que juega un rol en el control de la ansiedad.