La novia del bandolero

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Si algo hicimos de niñas, fue tragar hadas. Yo devoré a los diez años los cuentos completos recopilados por los Grimm, los cuales, sin la posterior capa de edulcorante con que los neutralizó Disney, me sumieron en la fascinación y el terror.

Entre otros más famosos relatos, como Caperucita y El Sastrecillo Valiente , emergía, flor oscura y venenosa, el enigmático relato La novia del bandolero , cuya curiosa trama transcribo: una hermosa joven se ve forzada por su prometido a visitarlo en lo más profundo del bosque. Una vez allí, y desoyendo misteriosas voces que intentan disuadirla, penetra en una casa solitaria y sombría, donde una pobre vieja prisionera le informa que el sitio es una guarida de bandidos de los que su novio forma parte, y que debe ocultarse, so pena de ser asesinada. La doncella se esconde, pues, y presencia, al regreso de los bandoleros borrachos, cómo dan de beber a una joven recién raptada una copa de vino blanco, otra de vino tinto y una última de vino amarillo, la cual, –no es de extrañar–, le estalla el corazón. Ya muerta la acuestan, la desnudan, la parten, la salan, la cuecen y se la comen.

(El libro me lo regaló mamá. ¿Y el control parental de la tecnología?)

A estas altura de la lectura ya yo odiaba el vino, no pondría jamás un pie ni en un potrero y tenía tanto miedo de un hombre adulto como de bailar pegado con el demonio.

Al final la muchacha escapa, al novio lo descubren, ajustician a la banda. Pero demasiado tarde: los buenos de los Grimm, la mitología germánica y el mundo occidental habían logrado ya instaurarme, más eficazmente que la iglesia católica, ese sacrosanto terror al sexo que habría de preservar el vulnerable templo de mi cuerpo de los horrores del mundo. Por lo menos por un tiempo.

Podríamos hablar también de la princesa que –a cambio de un príncipe– debe tragarse su asco y pegar la boca contra la boca de un sapo, y las posibles connotaciones sexuales que tal acto entrañaría. Dejémoslo así. La verdad, no quiero tener pesadillas.