Siropes La Flor: así es como una fábrica costarricense sobrevive por 104 años

Los siropes La Flor le han dado sabor a los granizados desde hace más de 100 años. Esta es la historia de una fábrica familiar que acumula un siglo entero de ir y venir desde su cuna herediana.

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Cuando Óscar Brenes nació, su abuelo predijo cuál iba a ser su futuro. “Ahí nació su mano derecha, ahí nació quien va a llevar las riendas de esta empresa y quien nos va a cerrar”, le dijo al padre de Óscar.

58 años después, Óscar todavía se sorprende con lo precisa que ha sido la predicción. Hace 23 años él heredó el negocio de su padre, quien también lo había heredado de sus abuelos en 1980. Esta fábrica, llamada Refrescos y Siropes La Flor, ha estado en el corazón de la familia Brenes —y del centro de Heredia— por 104 años.

Ahora, en 2023, Óscar es el último en la línea de sucesión, y aunque es cauteloso sobre cuál va a ser el futuro de la empresa, no puede evitar sentirse orgulloso de lo duradero que ha sido el legado de sus abuelos.

Fábrica centenaria

A veces cuesta dimensionar lo diferente que era el mundo 104 años atrás cuando los abuelos de Óscar decidieron abrir su fábrica de refrescos y siropes. En 1919, la Primera Guerra Mundial no llevaba ni un año de haber concluido y todavía faltaban 21 años para que las mujeres pudieran votar en Costa Rica. También faltaban casi 40 años para que se descubriera la vacuna contra la polio, enfermedad que sufría Belarmino Brenes, abuelo de Óscar.

Pese al virus, Óscar recuerda a su abuelo como un hombre fuerte de 1,90 metros de altura. Debido al polio, tenía unos hierros pegados a sus piernas para mantenerse derecho y, según dice, caminaba como un robot.

“Mi abuelo salía con un par de alforjas al hombro por todo Heredia para vender (los siropes y refrescos) a pie”, dice Óscar.

Julia Brenes, su abuela y cofundadora de La Flor, era la que se encargaba de cocinar los siropes en la fábrica, la cual 104 años después todavía se ubica en el mismo edificio del centro de Heredia, a 125 metros al sur del Mercado Municipal.

Óscar los llama abuelos porque sentimentalmente así lo fueron, pero en realidad Belarmino y Julia eran hermanos. Ellos criaron como un hijo a su sobrino, Didier Brenes, quien era el padre del actual propietario.

Esta fábrica es particularmente famosa entre los heredianos más de cepa. Para muchos de los residentes de esta zona, el refresco de colita no lleva una etiqueta de la Fanta sino uno de La Flor. Lo mismo podría decirse del refresco de zarza, otro de los clásicos que produce la centenaria fábrica.

No obstante, el sirope es el producto estrella. Aunque quizá no se diera cuenta, si alguna vez comió granizados es probable que estos hayan sido bañados con un sirope fabricado en La Flor.

Estos productos no solo se venden en el centro de Heredia, sino que llegan a todo el país por medio de un convenio con la cadena Walmart.

Un sabor resistente al cambio

Cuando se le pregunta a Óscar cuáles son los cambios más importantes que ha tenido que hacer la empresa, responde que lo que le ha permitido sobrevivir es, precisamente, no hacer tantos cambios. Mantener la calidad del sabor original, considera, es lo que le ha ayudado a la empresa a transmitir de generación en generación el gusto por los siropes de La Flor.

De cierta forma, ha sido una fábrica asida a sus raíces. En la década de los ochenta, el logo de La Flor cambió ligeramente y, en lugar del rojo tradicional, se instauró uno en tonos verdes. “A la gente no le gustó”, dice Óscar. Eventualmente, el cambio se tuvo que retraer y volvió el color rojo.

“Los únicos cambios que han habido son en esta silla, primero abuelo, después papá y ahora yo”, dice.

Desde su fundación, la fábrica le ha comprado a la misma empresa estadounidense las esencias con las que cocinan el sirope. “Yo soy la tercera generación y le sigo comprando a la tercera generación de la empresa que siempre nos ha vendido las esencias”, cuenta. No es sorpresa que el sabor se haya mantenido uniforme a través del siglo.

Esto no significa que en el mercado no hayan existido cambios. Los gigantes internacionales como Coca-Cola y Pepsi ahora dominan el mercado de los refrescos. Esto cambió la proporción de ventas de La Flor: actualmente un 90% de las entradas se dan por venta de siropes y un 10% por las bebidas gasificadas.

Óscar cuenta que estos números eran mucho más parejos antes de los noventa, de hecho la proporción era inversa cuando sus abuelos iniciaron la fábrica un siglo atrás. Con los años, el sirope se popularizó y el mercado de las gaseosas se inclinó cada vez más hacia las marcas internacionales, cambiando el equilibrio.

Ahora admite que el mercado es bravo, se han abierto más fábricas de sirope que comercian a precios más bajos y Óscar no está dispuesto a sacrificar los estándares de calidad que han mantenido la fábrica a flote por un siglo para operar a menores costos.

El hecho de que el sirope saliera de la canasta básica también ha sido un duro golpe para La Flor: este bien pasó de pagar un 1% a un 13% por el valor agregado (IVA).

Negocio familiar

Óscar se crió en la misma propiedad en la que todavía está la fábrica. Naturalmente, muchos de sus recuerdos de infancia giran alrededor del negocio. Pareciera que de alguna forma siempre estuvo predestinado a tomar la antorcha que sus abuelos habían encendido y que su padre eventualmente le pasaría en el año 2000. “Papá siempre me decía: estudie lo que estudie, usted va a terminar aquí”, cuenta Óscar.

“Si no tiene nada que hacer, véngase para acá y ponga tapones en las botellas”, le decía su padre a un Óscar de seis años. “Eso era lo más fácil que se podía en aquel entonces porque las máquinas para lavar las botellas eran muy peligrosas para uno. Cuando llegué a la adolescencia, pues ya pasé a lavar las máquinas, a lavar las botellas”, cuenta.

Ahora, como último heredero de la centenaria fábrica, siente la responsabilidad de honrar el trabajo de sus abuelos Belarmino y Julia, además del de su padre, quienes construyeron su vida entorno al negocio del sirope y, en el proceso, dejaron una huella en el centro del distrito herediano.

“Yo aquí he vivido toda una vida, aquí nací y aquí voy a morir”, cuenta. Aún así, sabe que ya no es joven y a sus 58 años debe contemplar cuál va a ser el futuro de la fábrica. “Mañana no sé qué será de nosotros, pero hasta la fecha somos una de las empresas más viejas que existen en este país”, dice con orgullo.