A sociedad enferma, fútbol enfermo

Columna Embriaguez del Pensamiento

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El 28 de setiembre de 2013, un terremoto de magnitud 6,8 asoló la región de Beluchistán, en Pakistán. No fue una réplica del Armagedón del 24 (7,8 grados y 740 muertos). De características diferentes, este sismo “solo” acabó con 12 personas e hirió a 20. Movilizó una energía equivalente a 100.000 bombas atómicas idénticas a la que el 6 de agosto de 1945 volatilizó la ciudad de Hiroshima.

En noviembre de 2013, Argelia se clasificó al Mundial Brasil 2014. Cinco días después de la efeméride, las “celebraciones” ya habían acarreado 15 muertos… ¡y 300 heridos de gravedad! Y los números subirían. El desierto del Sahara devora el 80% del territorio argelino. El agua escasea. Los servicios públicos son precarios. La tasa de desempleo alcanza el 10%. Cinco millones de argelinos viven con el equivalente de ¢50 al día. El 30% de la gente no sabe leer. Y aun así, el país se auto-inflige una masacre para “festejar” su clasificación a un mundial en el que, probablemente, no pasarán de jugar tres partidos y encajar media docena de goles.

Amigos, ¿se dan ustedes cuenta de la locura, de la patología colectiva, de la aberración social que esta conducta presupone? ¿Una clasificación mundialista que ocasiona más pérdidas humanas que un terremoto de magnitud 6,8? ¿Habremos de catalogar los campeonatos mundiales como catástrofes antropogénicas (esto es, generadas por el hombre)? ¿Crear una alerta mundial contra clasificaciones, como la que previene los tsunamis? El homo sapiens le cede su lugar al homo demens (Morin): el demente, sí, la criatura que se auto-fagocita, que todo lo transforma en saturnal de la muerte.

Países que viven en la miseria y la ignorancia, excluidos de la cultura, millones de seres desposeídos y privados de voz, hacen del fútbol -once señores que patean una bola- su principio de identidad, los depositarios de toda su dignidad, sus embajadores universales: serán lo que valgan estos pobres futbolistas en el terreno de juego: ni más ni menos que eso. Cada gol que marquen le dirá al mundo: “¡existimos, tenemos una historia, una lengua, una bandera: reclamamos nuestro derecho a respirar!”

El fútbol ha generado ríos de sangre. Recordemos la guerra Honduras - El Salvador, detonada en 1969 por un pinche partido clasificatorio. Cada minuto que El Salvador jugó en el mundial de 1970 costó 19 vidas. Tal fue el saldo de esa locura. Amigos: ¿qué oscuros rencores y frustraciones, qué sordos odios e íntimas amarguras fermentan en el subsuelo de nuestras almas, cuando hacemos del fútbol un instrumento de tortura? Palpémonos el corazón: ahí están las respuestas.