La separación de los hermanos siameses nos deja valiosas lecciones.
La primera es sobre las virtudes del trabajo en equipo, la efectiva coordinación de un grupo interdisciplinario de más de veinte personas, la planificación detallada de la cirugía y el post operatorio revelan la capacidad de nuestros cirujanos para la realización de operaciones complejas y delicadas.
Este esfuerzo derriba el mito del individualismo innato del costarricense.
En un campo donde los expertos mundiales escasean por lo poco frecuente de estos casos, los neurocirujanos del Hospital de Niños acometieron la tarea de tratar de salvar a estos dos bebés, sin complejo alguno, confiando en sus propias fuerzas, en su capacidad de estudio y reflexión.
Sin inclinarse ante el extranjero, consultaron a expertos internacionales pero emprendieron la tarea con lo más avanzado del saber costarricense.
Luz de esperanza
Por otra parte, el acompañamiento sicológico y espiritual dado a la familia revela que estos médicos llegaron a la conclusión que con la sola ciencia médica era insuficiente para llegar a buen puerto. Las respuestas también están en la mente y no solo en los cuerpos.
Entendieron el viejo refrán de a Dios rogando y con el mazo dando.
Cuando algunos se arrogan con soberbia la capacidad de sanación, se negaron a calificar su trabajo de milagroso y uno de ellos humildemente dijo: los milagros son para Dios, nosotros hacemos nuestro trabajo, aunque nos encomendamos a él.
Estos galenos costarricenses son una luz de esperanza, en momentos en que otros ciudadanos no dejan de predicar que estamos en el fondo del precipicio; con profunda modestia han demostrado que Costa Rica sigue en construcción, que no nos hemos derrumbado y que con trabajo en equipo, estudio, humanidad y disciplina, nuestro país seguirá adelante.