Coloquio vespertino (Más sobre mis amigos taxistas)

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"Buenas tardes, señor. Me lleva, por favor, a Montelimar, ahí por la Clínica Católica".

"Con mucho gusto. Usted no es maestro, ¿verdad?"

"No señor. ¿Por qué lo pregunta?"

"Porque los maestros nunca saludan. En este oficio uno aprende rápido a adivinar la profesión de la gente. Los maestros se reconocen porque nunca dicen buenas tardes".

"¡Imagínese usted! Y todavía dicen que los maestros son nuestro único ejército".

"Este país vive de mentiras. Viera en esta profesión mía cómo salta a la vista la desintegración de nuestra sociedad. Valores como la cortesía y el respeto ya no existen. Fíjese que el otro día un policía me hizo un parte porque dejé parado el carro en luz verde para ayudar a una viejita a cruzar la calle. Claro que el vehículo estaba haciendo presa, pero es que la consideración con los ancianos debe estar por encima de todo reglamento".

"No puedo creerle".

"Así como lo oye. Y viera cómo se enojó el hombre cuando le dije que ayudar a la viejita era su deber, y que si yo lo estaba haciendo era precisamente porque él se había quedado ahí paradote, viendo a la señora toda acongojada en mitad de la calle".

"Por favor, no lo tome a mal, pero tendrá que reconocer que muchos de sus colegas no honran -como lo hace usted- el informulado código de la consideración".

"Me da vergüenza decirlo, pero esta es una profesión de pachucos. ¿Cómo es posible que a nuestros taxistas no se les exija un examen psicológico antes de obtener el permiso de manejar? ¿No se hace lo mismo con los pilotos aéreos? ¿Qué sabe usted si al tomar un taxi se está poniendo a merced de un psicópata? En el momento en que se sube al carro, el cliente pone su vida en manos del conductor. Fíjese usted que lo único que a nosotros nos exigen es la hojilla esa de delincuencia, que solo es revisada la primera vez: después de eso puede uno matar y asaltar bancos, que nadie se entera".

"Insólito".

"Aquí la ley funciona al revés. El otro día un compañero taxista se metió a defender a una señora embarazada que estaba siendo atacada en plena vía pública por un chapulín. El taxista le marcó la cara al ladrón de un solo golpe, y se llevó a la señora de emergencia al hospital. Pues va usted a creer que una semana más tarde lo detiene un policía... Resulta que el chapulín le había levantado una demanda por "agresión injustificada", y reclamaba un millón en daños y perjuicios. Al compañero taxista le quitaron el carro, el permiso de trabajo, y le abrieron un expediente criminal, mientras que el chapulín anda por ahí feliz de la vida, ejerciendo su derecho a seguir asaltando gente. Y esto - óigame bien-, a pesar de las declaraciones de la señora, quien por supuesto testificó a favor del taxista".

"Eso es nuestro país... que en realidad no es un país... es un pedazo de tierra vomitado por un puñado de volcanes hará unos treinta millones de años, y que todavía no ha logrado alcanzar el nivel mínimo de cohesión social, de estructura, de cultura y urbanidad que le permitiría calificar como zona civilizada del planeta".

"No es que yo esté tratando de glorificar a los taxistas. Como le digo, yo sé que en este gremio hay mucho patán. Gente que detesta lo que hace, y le pasa al cliente la cuenta por su amargura. Y ¿sabe usted qué es lo más curioso? Que no hay otro trabajo en el mundo que le dé a uno satisfacciones tan grandes como el de taxista. Eso se lo puedo asegurar".

"Viera cómo me conmueve oírlo decir eso".

"Yo no creo que ni siquiera los médicos o los curas vivan satisfacciones tan grandes como las que el oficio de taxista le depara a uno. Fíjese que el otro día le hice un servicio a un muchacho que venía sacando a su mamá del hospital. Al llegar a la casa, allá por San Miguel de Higuito, le ayudé al joven a bajar a la viejita y se la llevé hasta la cama, donde entre los dos la dejamos instalada y tranquilita. En el momento en que estaba terminando de acomodarle las almohadas, la señora, con los ojos llenos de gratitud, me dijo al oído: "¡Que Dios me lo bendiga!" ¡Cuándo le van a decir eso a un abogado chupasangre, o a uno de esos banqueros corruptos! La expresión "que Dios me lo bendiga" solo se dice cuando sale del corazón. ¿Se ha fijado usted qué linda es? ¡Y viera cuántas veces me toca oírla cada día! Esa es mi verdadera recompensa".

"Creo que es usted un hombre que enaltece su trabajo, que honra su profesión. Permítame hacerle una pregunta: ¿usted me dejaría transcribir esta conversación en un libro?"

"¡Ay Dios, usted es periodista! ¡Con razón me parecía haberlo visto en algún lado!"

"No soy periodista. Soy músico y escritor, y hoy he aprendido mucho de usted. Nos une un rasgo común: ambos amamos lo que hacemos, y a través de este amor dignificamos el trabajo de nuestras manos".

"Pues mire, si usted cree que a alguien pueda interesarle todo esto, úselo como mejor le parezca".

"Ya lo creo que le va a interesar a mucha gente. Bueno, yo me quedo por aquí. Fue un verdadero placer conocerlo, y puesto que ya sé cuánto le significan estas palabras, permítame a mi vez decírselas: "¡que Dios me lo bendiga!"

"Muchas gracias señor, y que tenga usted una feliz Navidad".

"¡Feliz Navidad a usted también, y toda la suerte del mundo!"