Columna Enfoques: Zero DarkThirty

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Kathryn Bigelow nos ofrece una película inquietante. En España fue traducida como La noche más oscura , filme que trata sobre la búsqueda y eliminación de Osama Bin Laden.

Lo oscuro de la obra gira en torno a la utilización de la tortura para obtener informaciones, fuera de todo alcance de la justicia.

La representación de esta violencia ilegítima, ejercida al margen de la legalidad misma de los EE. UU., provoca escalofríos, por más que la directora pretenda vestirse de progresismo feminista. Que la tortura la dirija una agente, no la hace más aceptable, aunque derrame lágrimas de cocodrilo en la escena final.

En los EE. UU. esta película ha provocado un debate sobre la moralidad de la tortura, algunos la condenan y otros la justifican como medio adecuado para proteger la seguridad. En términos absolutos, es inaceptable.

Por otra parte, la misma narrativa admite que en circunstancias de extremo estrés puede suceder que el torturado diga lo que el torturador quiere oír. Posición que no solo es inhumana, reflejo del lado más oscuro de nuestra condición, sino también ineficaz.

Como historia de espionaje une las maravillas de la tecnología con el análisis policial y altas dosis de testosterona con la presencia de una mujer asexuada que no tiene otro objetivo que satisfacerse con el cadáver de Bin Laden.

La moraleja es clara: para quien nos haga daño, tarde o temprano, nos vengaremos, tenemos todos los recursos y en esa búsqueda nada nos detiene, somos implacables.

Mi crítica final tiene que ver con la explicación. Por más execrables que sean los terroristas, hay que explicar el fenómeno. El terrorista, al igual que el torturador, no tiene justificación. ¿Por qué los bushites pasaron de la amistad con los sauditas al enfrentamiento? ¿Por qué la yihad antisoviética se transforma en una cruzada antioccidental?

La película fracasa por ausencia de explicación histórica, obsesionada, como la protagonista, con el mal absoluto.