Cuando la máquina me quite el trabajo

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En 1840, el filósofo y economista inglés John Stuart Mill lanzó una advertencia sobre las amenazas inherentes a la mecanización del trabajo humano, según Mill, los gobernantes tenían la obligación de aplicar leyes que tendieran a proteger al trabajador ante los “perversos” efectos de un mundo automatizado consecuencia de la irrupción tecnológica propulsora (máquinas de hilado y vapor) de la revolución industrial.

Mucha agua ha pasado bajo el puente para que advertencias similares a las de Mill germinaran nuevamente. Esta vez lo hacen con mayor intensidad.

Si bien es cierto, a nivel macro se podría afirmar que las tecnologías han creado en los últimos años más empleos de los que prescindió, los progresos recientes en inteligencia artificial, aprendizaje profundo ( deep learning ), nanotecnología, robótica y tecnologías disruptivas, suponen un replanteamiento del problema.

Erik Brynjolfsson, economista del MIT ( The Second Age Machine ), propone una visión muy crítica del asunto. Él expone datos que demuestran que la productividad de la economía de EE. UU. durante el siglo XX creció de la mano con el empleo, pero a partir del nuevo siglo, se percibe un cambio en el patrón: surge una brecha divergente que muestra un crecimiento económico continuado pero que ya no está asociado a la creación de empleo.

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Un informe reciente, The future of jobs , señala que en solo un lustro la disrupción tecnológica interactuará con otras variables y hará que el mercado laboral colapse. Según el informe, los cambios tecnológicos y demográficos destruirán más de siete millones de puestos de trabajo antes del 2020, dos tercios de los cuales serán rutinarios trabajos de oficina, como la mayoría de roles administrativos. Michael Osborne y Carl Frey, de Oxford, hicieron un repaso a más de 700 trabajos actuales y emitieron un veredicto inclemente: el 47% de los empleos pueden considerarse de alto riesgo de ser automatizados en los próximos 10 o 20 años.

A pesar de este panorama sombrío, al parecer no todo está perdido. También se vislumbra una generación importante de nuevos empleos producto de esta revolución tecnológica.

La creatividad será un elemento crítico, “las tecnologías digitales en muchos aspectos son complementarias y no sustitutas de la creatividad humana”, dice Brynjolfsson.

Es innegable que estos nuevos puestos requerirán una formación en ciencia, tecnología, ingeniería o matemáticas. Claro está que la adaptación no será fácil, las sociedades deben replantearse los modelos educativos.

Nuevas tecnologías, implican nuevas habilidades y conocimientos, en palabras de Joel Mokyr, de la Universidad Northwestern, el sistema educativo debe migrar a un modelo de aprendizaje más orientado a la creatividad y menos decantado por la automatización, el trabajador requiere un aprendizaje constante y dual, que combine el conocimiento con la práctica y el trabajo.

Los Estados deben ser proactivos para prevenir posibles escenarios adversos, mediante la ejecución de políticas y leyes que faciliten la transformación de la colisión laboral entre hombre y máquina, en un proceso de cooperación y máximo aprovechamiento del potencial humano.

Faena compleja, si tenemos en cuenta la inverosímil y dispar carrera entre la ley y la tecnología. Pareciera que las palabras de Stuart Mill aún resuenan en los pasillos del tiempo.