Decrecer para mejorar

Opinión de Karla Chaves | “Nuestra sociedad parece haber perdido el sentido, siendo ignorantes o cómplices, padecemos de una patología; una condición que se basa en la ilusión y urgencia del crecimiento económico exponencial, a partir de la explotación y uso de recursos finitos”.

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Hemos asumido que crecer nos ayuda a estar mejor. Como parte del mundo de los organismos, no es posible crecer constantemente y ser saludables. Haga una prueba, pregunte a su doctor qué pasaría si, por ejemplo, crece mucho su corazón. Las únicas células que basan su éxito en crecer exponencialmente, son las células del cáncer.

En el sistema económico capitalista los bancos centrales de los gobiernos, las empresas y organizaciones expresan el éxito a partir del crecimiento. Se hacen presupuestos y proyecciones en la lógica del modelo lineal, sin considerar cuál es el precio de ese crecimiento.

Como lo señala Nate Hagens, Director del Instituto para el Estudio de la Energía y el Futuro, el ideal del crecimiento económico nos ha conducido a un peligroso círculo vicioso; resolvemos las crisis de hoy “pateando la lata para adelante”, creando más deuda e imprimiendo más dinero. Sin embargo, “cada vez que se imprime un billete, no se crean al mismo tiempo, mágicamente, los recursos naturales ni la energía que será necesaria para los productos que se pagarán con ese billete”, dice Hagens. Los sistemas financieros están acoplados a activos que no les pertenecen.

¿Quién podría presentarse cada año a su banco y recibir una nueva tarjeta de crédito con más disponible que la anterior, sin haber mejorado sus ingresos ni cancelado la deuda pendiente? Nuestra sociedad parece haber perdido el sentido, siendo ignorantes o cómplices, padecemos de una patología; una condición que se basa en la ilusión y urgencia del crecimiento económico exponencial, a partir de la explotación y uso de recursos finitos.

Recientemente The Economist publicó al respecto: “Los gobiernos viven en un país de fantasía fiscal. En todo el mundo, no logran enfrentar el terrible estado de sus finanzas.” Y no se refieren a países pobres o en vías de desarrollo, sino a las economías que transpiran glamour, como la de Estados Unidos, paraíso del consumo y nuestro principal socio comercial. Su deuda era de $3 billones en 1989 y ahora acumula más de $31 billones.

El presidente de Irlanda Michael D. Higgins dijo esta semana: “Muchos economistas permanecen atrapados en una narrativa de crecimiento inexorable. Una fijación en una eficiencia, productividad y crecimiento perpetuo estrechamente definidos ha dado lugar a una disciplina que se ha vuelto ciega a la catástrofe ecológica que enfrentamos ahora”.

Hace algunos meses, su homólogo francés, Emmanuel Macron fue criticado por dar un “discurso sombrío”, cuando dijo: “estamos viviendo el final de lo que podría haber parecido una era de abundancia... de productos de tecnologías que parecían siempre disponibles... el final de la abundancia de tierra y materiales, incluida el agua”.

Jem Bendell, investigador y académico británico, fundador del movimiento Adaptación Profunda (Deep Adaptation) recurre a la metáfora de que somos todos pasajeros del barco que ha chocado contra el iceberg, y aunque la tripulación lo sabe, decide no decirlo, para no molestar a los pasajeros. Adaptación Profunda estudia, crítica y predice el final de los sistemas económicos que nos han llevado al punto de no retorno, que, según los análisis, se desató inexorablemente en la mitad de la década pasada, más o menos cuando se firmó el Acuerdo de París.

En ese mediático acuerdo, los representantes de los países se comprometieron a evitar los temibles 2 grados de aumento de temperatura que provocarán que las condiciones del planeta sean incompatibles con muchas formas de vida, incluida la humana. Para hacer eso posible, todas las economías debían cortar a la mitad las emisiones de gases contaminantes para el 2030, y volver a cortar a la mitad en el 2040. No lo estamos logrando, porque resulta materialmente imposible desacoplar emisiones y crecimiento económico en tan corto tiempo. Tampoco cumpliremos la Agenda 2030 de las Naciones Unidas, con sus 17 Objetivos para el Desarrollo Sostenible.

¿Decrecer?, ¿cómo se atreven?

Las primeras teorías del decrecimiento vieron la luz en la década de los 70′s, y plantean la reducción de las economías para que se utilice menos energía, menos recursos naturales y se anteponga el bienestar de la mayoría a las ganancias de pocos. Pero, ¿cómo vamos a garantizar el bienestar de los habitantes sin hacer crecer la economía?

En 1973 se conoció la paradoja del economista Richard Easterlin que concluye que después de cierto nivel de ingresos, o lo que llama “punto de saciedad”, los recursos adicionales no tienen impacto en los niveles de felicidad.

Veamos, hoy somos unas ocho mil millones de personas vivas, de ellas el 10%, excedieron por mucho el “punto de saciedad” y tienen el acceso a casi el 90% de los recursos y con ellos generan más del 50% de los impactos ambientales; por otro lado, apenas el 10% de los recursos cubre al 90% de la gente, aquellos con impactos ambientales menores, pero más vulnerables a los efectos devastadores de la crisis climática. Esa inequidad es la que hemos visto dibujarse en Costa Rica en las últimas décadas, sin importar qué partido nos gobierne, porque también somos víctimas de la patología del crecimiento y sus consecuencias.

Si este texto le ha provocado un poco de incomodidad, me doy por satisfecha, y le invito a buscar en su navegador degrowth o decrecimiento, y encontrará muchos libros, artículos y personas dispuestas a compartir sus puntos de vista. Si usted es una persona que aspira a un puesto de elección nacional o municipal, a la dirección de una cámara empresarial o corporación, entiendo que por la fuerza de la inercia, decida seguir pagando a los músicos del Titanic, pues proponer el decrecimiento no le traerá votos.

Pero, todos los demás, sí debemos propiciar estas conversaciones incómodas, abrir foros en los Colegios profesionales, especialmente el de Ciencias Económicas, en las universidades y en los medios de comunicación, en nuestras empresas y con nuestras familias. ¿Todo está perdido? Depende de sus expectativas. Lo primero es definir cuál es su “punto de saciedad” respondiendo honestamente ¿qué es lo necesito para vivir y ser feliz? Estoy segura de que solamente con responder a esa pregunta, usted podría decrecer, y mejorar.

La autora es empresaria, emprendedora social y comunicadora.