Economías con curvas

Opinión de Karla Chaves | “Siento la certeza de que las buenas economías son en primer lugar, en plural y en segundo, tienen curvas”.

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El origen etimológico de la palabra economía se encuentra en el griego oikonomos, administración del hogar: oikos significa “hogar” y nemein, “administración”.

En el papel del diccionario, economía se define como la ciencia que estudia los métodos más eficaces para satisfacer las necesidades humanas materiales, mediante el empleo de bienes escasos; también se dice es la contención o adecuada distribución de recursos materiales o expresivos.

¿Cuáles son las verdaderas necesidades humanas? ¿Qué es eficaz y razonable? ¿Bienes escasos? ¿Contención y adecuada distribución? Si vemos por la ventana, la definición no se manifiesta en la realidad; porque ni los recursos naturales se cuidan como escasos, ni las necesidades de la mayoría de la población se satisfacen. No hay contención, ni adecuada distribución. Vivimos en la época de la mayor producción, pero con la mayor inequidad.

En mi búsqueda de significados frente a los retos actuales, siento la certeza de que las buenas economías son en primer lugar, en plural y en segundo, tienen curvas.

Hasta ahora me he topado con los conceptos de la economía circular, la economía de la dona o la rosquilla, la economía social solidaria, la economía del bien común y hasta la economía descalza. Se les agrupa como las nuevas economías, pero en realidad no son tan nuevas, más bien traen nuevos enfoques y rescate de los saberes ancestrales, cuando no se había instalado el capitalismo ni la globalización, y realmente se administraban los recursos del planeta, del hogar común.

Tampoco es casualidad que la mayoría de esas propuestas vienen de mujeres, como Elinor Claire Ostrom, primera mujer en obtener el Premio Nobel de Economía en el 2009.

Ella dijo: “hubo un momento en la historia en que la disciplina de la astronomía tuvo que empezar de nuevo, cuando se comprobó que la tierra orbitaba alrededor del sol y no al revés. Ese tiempo seguramente ha llegado tarde para la disciplina de la economía”.

Kate Raworth, es conocida por su teoría de la dona, en la que se crece pero también con límites: hay un piso de vida digna y un techo. Ella dijo algo que parece lógico pero es fácilmente olvidado, “si queremos tener suficiente comida, necesitamos suelos fértiles y un clima estable. Si queremos vivir de forma saludable, necesitamos aire limpio y una capa de ozono. Nuestro bienestar depende de los sistemas que soportan la vida en la Tierra. Estos apenas se entendieron en el siglo pasado y se dejaron al margen de la teoría económica”.

Ellen MacArthur dirige la Fundación que lleva su nombre y desde Europa lidera un gran movimiento que busca acelerar el paso de lo lineal a lo circular y busca la transformación de los sistemas de producción y consumo insostenibles, propiciando la desmaterialización de la economía y la regeneración.

Hace poco conocí acerca de Manfred Max-Niff, economista y ecologista chileno, autor de libros como la Economía descalza (la mayoría de los pies no son planos). Según él, la economía surgió como hija de la filosofía moral y, por tanto, como disciplina preocupada por el bienestar humano. La economía neoliberal dominante hoy en día es una disciplina “desmadrada” (que se olvidó de su madre). Hemos llegado al punto donde en lugar de que la economía esté al servicio de las personas, son las personas las que deben estar al servicio de la economía.

En los años 90 formuló con la hipótesis del “umbral” la idea de que a partir de determinado punto del crecimiento económico, la calidad de vida comienza a disminuir. Esa teoría, coincide con la paradoja del economista Richard Easterlin según la cual después de cierto nivel de ingresos o lo que llama “punto de saciedad”, los recursos adicionales no tienen impacto en los niveles de felicidad.

En mi búsqueda de economías con curvas, recientemente conversé con Victoria Aragón, profesora española y autora de Ecofeminismo y Decrecimiento, libro en el que ella describe el matrimonio entre el capitalismo y el patriarcado, y que nos recuerda que, de seguir en línea recta, nos dirigimos hacia un precipicio de profundidad desconocida.

Por lo tanto, la ruta que nos conviene no es la lineal, sino la sinuosa, con irregularidades y ondulaciones, la que reconoce que no todas las regiones, los países y los territorios son iguales, y por lo tanto no pueden tener éxito con la misma receta que aplican los organismos internacionales o las fórmulas matemáticas del Producto Interno Bruto.

Rebecca Solnit en su libro “Los hombres me explican cosas” reproduce a Bill Clinton cuando en el 2008, en el Día Mundial de la Alimentación dijo: “Necesitamos que el Banco Mundial, el FMI, todas las grandes fundaciones y todos los Gobiernos admitan que, desde hace 30 años, hemos estado metiendo la pata, incluyéndome a mí cuando era presidente. Nos equivocamos al creer que los alimentos eran otro producto para el comercio internacional, y ahora todos nosotros tenemos que regresar a una forma más responsable y sostenible de agricultura”.

Y unos años después en el mismo foro reconoció: “Los Estados Unidos hemos seguido una política por la que los países ricos productores de una gran cantidad de alimentos, debíamos vendérselos a los países pobres y liberarlos de la carga de producir sus propios alimentos, para que, gracias a Dios, pudiesen saltar directamente a la era industrial. No ha funcionado. Puede que haya sido bueno para algunos de mis agricultores en Arkansas, pero no ha funcionado. Fue un error en el que yo participé. Tengo que vivir cada día con las consecuencias de que lo que hice provocó la pérdida de capacidad de producir una cosecha de arroz en Haití para alimentar a su gente”.

Entonces, si el planeta no es plano, ¿por qué no optar por economías más redondas, más maleables, más cercanas, más flexibles, más humanas y con curvas para administrar el hogar común?

La autora es empresaria, emprendedora social y comunicadora.