Editorial: Antes y después de la pandemia

El sistema capitalista ha demostrado ser tremendamente exitoso en la generación de riqueza, pero ciertamente también tiene limitaciones y deficiencias

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No hay duda de que la pandemia del COVID-19 tendrá un impacto duradero sobre nuestras vidas. El mundo post nuevo coronavirus no será el mismo que conocemos hoy, al punto de que algunos se han aventurado a predecir, una vez más, hasta la muerte del sistema capitalista, movidos quizás más por sus deseos que por razones objetivas, ignorando que desde sus orígenes este sistema se ha caracterizado por la innegable capacidad para responder rápidamente a los cambios y adaptarse a su nuevo entorno.

El sistema capitalista ha demostrado ser tremendamente exitoso en la generación de riqueza y en la organización eficiente de los recursos con que contamos.

Los datos demuestran que los logros alcanzados por la humanidad bajo este sistema no tienen parangón en la historia, sea que se trate de avances tecnológicos, índices de mortalidad infantil, expectativa de vida o reducción de la pobreza. Esos logros son todavía más sorprendentes si los comparamos con el fracaso de las alternativas.

Pero, ciertamente, el sistema capitalista también tiene limitaciones y deficiencias, como lo han evidenciado las disparidades producidas por el vertiginoso desarrollo de la tecnología y la fragilidad que pesa sobre el futuro de muchos, sin que el mundo haya todavía encontrado respuestas adecuadas ante tales retos.

En el pasado, eventos tan traumáticos como la Gran Depresión de los años 30 o la Segunda Guerra Mundial provocaron la adopción de importantes ajustes para atender algunas de aquellas deficiencias, como lo fue el impulso al Estado del Bienestar, para mejorar la calidad de vida de sectores más amplios de la sociedad, o la creación de las instituciones de Bretton Woods, para promover la cooperación internacional.

Es de esperar, entonces, que luego de enfrentar una pandemia como la actual, también se produzcan nuevas transformaciones y se aceleren cambios críticos en el sistema.

Estos cambios posiblemente irán desde la reubicación de las plantas de producción en las cadenas globales de valor con el fin de diversificar suplidores y tenerlos más de “cerca de casa”, hasta un uso más intenso de la tecnología.

Además, la reestructuración de organizaciones multilaterales como la Organización Mundial de la Salud (OMS) o la Organización Mundial del Comercio (OMC), para que éstas puedan reaccionar más efectiva y coordinadamente ante los efectos de fenómenos globales difíciles de resolver individualmente, al igual que contra los sentimientos nacionalistas y la erección de restricciones comerciales que solo agudizan el problema.

El papel del Estado

También nos obligará a repensar la idoneidad de nuestros sistemas de salud, muchos de los cuales -tanto en países desarrollados o como en desarrollo-, han mostrado serias debilidades y falta de preparación para atender adecuadamente una crisis como la que vivimos, sea por insuficiencia en cobertura, camas, equipo, personal o de la logística requerida.

Importante será igualmente concebir esquemas novedosos que le permitan a los trabajadores, especialmente del sector privado, asimilar temporalmente y sobreponerse a los embates provocados, ya no solo por la innovación tecnológica y los fenómenos naturales producto del cambio climático, sino también por calamidades cuyo dramático impacto hasta hace poco ni imaginábamos.

En el trasfondo de dichos cambios, yacerá la discusión sobre el papel y naturaleza del Estado que necesitamos. Más que su tamaño y posible invasión en actividades propias del quehacer privado, esa discusión debería centrarse sobre la urgencia de su modernización y efectividad.

Es iluso esperar que un Estado diseñado para la realidad del siglo pasado pueda responder apropiadamente a los desafíos de hoy, aunque muchas veces haya recursos, tal y como ha resultado obvio en estos días ante la carencia de conectividad universal o de un verdadero gobierno digital. En este camino, mucho podríamos aprender de lo hecho por Corea del Sur, Singapur, Alemania o Dinamarca.

Lo que sí no debemos hacer, sin embargo, es achacar al capitalismo el alto desempleo prevaleciente en nuestro país, la vulnerabilidad del Estado costarricense, las debilidades de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) o el déficit fiscal que impide que hoy dispongamos de recursos suficientes en la emergencia.

Esos son problemas reales, que la pandemia ha hecho más evidentes, pero cuyo origen lo encontramos en nuestra indolencia para resolverlos.