Editorial: Cambio del motor exportador

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C uando se analizan las estadísticas de comercio internacional en el último quinquenio, las exportaciones de zona franca –tanto las de bienes como las de servicios– son las que han servido como motor de crecimiento al país. Las exportaciones del llamado “régimen definitivo” se encuentran estancadas en ese mismo periodo y con una leve tendencia a la baja.

Existen varias razones para esto. La más clara es que nuestros factores de producción están mucho mejor alineados con las necesidades de las empresas de zona franca que con las de las exportaciones más tradicionales de nuestro portafolio.

El país tiene una “franja” de trabajadores jóvenes altamente productivos y calificados en términos de habilidades y talentos: dominio de segunda lengua, capacidad de desarrollo y aplicación de tecnología, capacidad de diseño, así como de manejo y procesamiento de información. Al mismo tiempo, el país depende más cada día de inmigrantes para sostener las exportaciones de bienes agrícolas de gran volumen como el café oro, el banano y la piña fresca, los helechos y flores frescas, la carne y productos de temporada como los melones.

Lo mismo ocurre con otros factores de producción.

El costo de la tierra y las crecientes regulaciones ambientales limitan la expansión de la frontera agrícola; mientras que las instalaciones de zonas francas amplían su alcance hacia Cartago, El Coyol, Liberia o al expandir su capacidad mediante construcción vertical en el Barreal de Heredia, San Antonio de Belén y la capital.

Las exportaciones de manufactura avanzada y de servicios son de baja intensidad logística, haciendo que una de nuestras más grandes debilidades competitivas –la infraestructura– sea intrascendente para las exportaciones de zona franca, mientras las exportaciones más tradicionales son de alta intensidad logística, lo que las pone en desventaja frente a sus competidores internacionales.

Los productos y servicios de zona franca son de alto valor agregado y, por lo tanto, difíciles de reemplazar competitivamente; mientras que las exportaciones más tradicionales son commodities de baja diferenciación, lo que las hace mucho más vulnerables a la competencia basada en costos de naciones menos desarrolladas.

No todo está mal en las exportaciones nacionales, pues hay nuevas industrias “más parecidas” a las de las zonas francas en sus factores de producción, como son los servicios de diseño gráfico, videojuegos, animación digital y desarrollo de software y aplicaciones móviles; o productos de valor agregado –café, lácteos o alimentos del mar– que han logrado posicionarse como marcas de alto valor percibido, convirtiéndose en exportaciones más sostenibles, pese a la creciente competencia.

Las inversiones en capacidad de las zonas francas y en productos y servicios de la “nueva economía” se mercadean proactivamente en todo el mundo por medio de ferias y oficinas de Cinde y Procomer, lo que permite atraer inversiones competitivamente.

La transición que vive Costa Rica no es necesariamente mala, pero para que este modelo de mayor valor agregado mediante conocimientos, diseño, ciencia y tecnología se consolide dentro y fuera de las zonas francas, es necesario fortalecer nuestra educación en términos de cantidad de graduados y calidad del resultado. Si hoy la tierra, la logística y la mano de obra son cuellos de botella para las exportaciones tradicionales, ya pronto la falta de personal calificado, la lenta expansión de la red de banda ancha y el costo excesivo de la energía, lo serán para los nuevos sectores de exportación.

Costa Rica ha cambiado y lo ha hecho para bien. Ahora toca consolidar lo avanzado.